Odié la puta poesía vacía de tus labios besando mi marca de nacimiento.
Te quería cerca, te quería dentro, te quería una noche con las luces apagadas porque sabía que uno de esos días aparecería alguna estría en un cuerpo que aloja un cuarto de su peso en tristeza.
Desde aquel ángulo no podías verme la cara, pero estaba odiándote. Entonces fueron mis labios quienes me traicionaron.
Te buscaron y llegaste. Y todas esas cicatrices que les habían dejado varias lenguas ausentes se convirtieron en besos. Te dedicaron canciones, todo ese casete que un ex me regaló para una fecha que de todas formas ya nadie celebra.
Para la siguiente noche -porque compartíamos el gusto por un buen whisky cuando te crees, por ahí en el tercer orgasmo, que has memorizado todos los lunares- nos sobró piel. Me encapriché de tus caderas, y creo que mis clavículas fueron las que te acecharon en sueños, y nunca pareció que huyeras.
Hoy te quiero aquí. Dentro. Encima. Abajo. Corriendo(te). Jamás huyendo.
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