Desde hace unos ayeres, mis brazos y piernas se han quebrado de tanto lamentar. Me sostiene un bastón que soporta el peso de mi dolor.
Entre risas, pláticas y llanto, mi corazón late con fuerza pues deseo desde lo más profundo, aferrarme a uno de mis sueños.
Volver a mi tierra, donde pueda de nuevo correr con libertad y sonreirle al viento al mirar su rostro.
Deseo, sentarme en la plaza pública y mirar a las palomas comer las migas de pan que les aviento al piso, se me acercan pidiendo más. Piden como yo misma le pido al cielo volver a mirar los ojos de mi madre, acariciar su rostro y decirle cuánto la amo.
Este camino es largo, es abrumador, mis pies están calzados, pero están agrietados de caminar sin llegar a una meta porque los fantasmas han paralizado la sinergia de mi cerebro.
Cada suspiro que exhalo, es cansado, como un bostezo que no tiene sueño. Me recuesto en el diván y no concilio el sueño, ya que el sueño deseado, lo sueño con los ojos abiertos y lo miro en el horizonte, como el sol que se oculta en el atardecer.
Me desprendo de ti como las hojas secas se escapan del árbol que las cobijó, como el río que ya no corre desbocado por su cauce, como el mar que ya no moja su ensenada, como las olas que no acarician los corales.
El jardín que dejé atrás se marchitó. Mi mano dolorosa dejó de acariciar la orquídea que tanto amó.
Las trinitarias que se aferraban a mi reja sin caricias gimen de dolor.
Shaky ya no mueve su cola en señal de amor. No sale a recibirme porque un día sin decirle adiós, desaparecí entre la bruma y el dolor.
Mi corazón partido en dos…
La lejanía desaparece el polvo ocre que impregnaba con orgullo mi piel morena.
El Mar Caribe turquesa, se torna penumbroso, descolorido…
La brisa marina que alguna vez me enamoró, susurra un llanto, un lamento en lo profundo de mi alma cansada.
Surcos profundos tatuados en mi corazón.
La tierra duele en el centro del pecho. En ocasiones escucho que me llama.
Yo se que nunca volveré…
Mis adoloridos ojos no verán de nuevo sus largas carreteras con sus frondosos árboles.
En el confín el mar furioso…
Más allá el horizonte sinigual se diluye en oscuridad.
Nunca más su brisa tibia rozará mis mejillas, ni su calor abrazará con amor de tierra fértil mi cuerpo cansado, mis huesos fríos de tanto andar.
Pero…
Siempre volveré al sitio que me vio nacer, escondida en mis más íntimos y tristes sueños, dormida o despierta.
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Yo soy venezolana. Y vivo en Venezuela.
"La tierra duele en el centro del pecho."
Les digo, admiradas poetisas, que estando acá tambien la tierra duele.
¡Realmente me encantó!
Hasta pronto¡
Hasta pronto¡
Hasta pronto¡
Gracias son unas divinas
Gracias por dejar tu comentario.
Mil gracias por permitirme ser parte de esta obra...
Besos en la corta distancia, solo separadas por una pandemia...
Hasta pronto querida Zenaida!
Gracias son unas divinas
Felicidades !!!!
Cargada de nostalgia .
Un abrazo a las dos
Y batiéndose contra la tempestad...
Venezuela y México: aún puedo sentir la sangre de nuestros aborígenes y conquistadores y corriendo por nuestras venas. Abrazos .Excelente
Ambos casos son diferentes pero tratan de lo mismo y tu los has sentido y descrito de ese modo, esto fue escrito sin saber que escribiría cada una, fue un buen experimento, por que yo no partí de lo que ella me había escrito y pudimos unir sentimientos íntimos en nuestro muy sentida prosa. Te agradecemos que nos acompañaras en éste triste y melancólico tema, te enviamos un abrazo afectuoso