Después de estar contigo, cuando ya te has alejado el tiempo suficiente como para que se diluya el efecto directo de tu presencia física, y dejan de resonar en mi mente tus palabras de despedida y se apaga en mi pupila el último rescoldo de tu vivaz imagen, consigo reaccionar y advierto que, durante el tiempo que estuve contigo, las calles estuvieron vacías y que incluso el tráfico se detuvo.
Y conforme voy recuperando la conciencia, el trajín mundano también va retornando, paulatinamente, a su normalidad: empieza a aparecer agitada la gente, quién sabe de dónde, y los autos, desperezadamente, retoman su congestionado y bullicioso deambular. El mundo vuelve a recuperar su ruido, su caos, su incertidumbre.
Y retorno a mis ocupaciones habituales, acompañado de una sonrisa que nació mientras conversábamos, motivada no por el tema, que es lo de menos, sino por el simple contacto contigo y como resultado de una alegría interior que comienza a germinar desde el momento en que logro avizorarte, o quizás mucho antes, con la sola idea de que voy a tu encuentro.
Es asombroso lo que puede lograr la armonía natural entre dos seres; cómo unas pocas palabras, sin mucho sentido a veces, que a menudo se apresuran en salir para no ser guillotinadas por la afilada perentoriedad de los horarios, o nimiedades sin aparente trascendencia, pueden penetrar tan hondamente en el espíritu y modificar un estado de ánimo, embelesándolo de tal modo, que la vida se convierte, en ese momento, en verdaderamente rosa, dulce y armoniosa.
38 lecturas prosapoetica karma: 60