«Amor»: ¿dices que escaso yo te canto?,
espera que una arenga me construya;
juez busquemos que pronto bien concluya
el misterio que yace tras tu manto...
¿Tú por juez?... ¡ay cinismo tanto!...
¡Mezclarte ya no puedes en la bulla!
¿De Laura la guirnalda será tuya...?
¡Aplaca ya los dardos de tu encanto!
¿O buscas que en su ardor a los amantes,
el bello escalofrío les imprima?:
si acaso es que se encuentran muy distantes,
¡al punto poco a poco los arrimas!
¡Ay dardos, que disipan toda sombra,
al más feroz Aquiles enternecen!:
si al padre el viejo Príamo se lo nombra,
¿no ves que el gran rencor le desvanecen?
Tus dardos ennoblecen con esmero,
¿por qué es que me conviertes en león?
Si en paz hasta parezco ser cordero,
mas guerra me enardece en tu legión.
¿O buscas que en cielo se presenten,
en ígneo resplandor sin condición?
¿Que a todas las criaturas alimenten
y olviden ser selectos con su acción?
Tus dardos me sugieren que en el mundo,
tendida está la mano de lo eterno;
por mucho es un misterio ¡tan profundo!,
que mata cual antídoto al veneno...
«Amor»: «verbo» sólo muestra finitud;
empapado con mi espíritu se escapa...
¡es tu trampa inexpresable infinitud!:
la vida se me esfuma tras tu capa...
Reconozco, has ganado, ¡oh «Amor»:
eminente juez supremo vencedor!
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