El aire que respiro
a la vida pertenece.
Nace con el verde rocío
que en las plantas humedece
el aliento del destino imperceptible.
Llega con la fría noche
del ermitaño sendero
que marca las huellas del lucero.
Junto al rayo del sol descansa
para acariciar el suspiro apacible
del hombre que vive el silencio.
El aire es pasajero del tiempo,
y aunque nadie puede verlo
deja escuchar la melodía
que anuncia el despertar del día.
Se hace sentir cuando llega
y en la distancia se diluye
como susurro del río andino
que en la montaña el risco adorna.
El aire de mis manos huye
como el hijo que era niño
y la vida lo hizo hombre
para albergar en el amor de padre
los ojos que no pueden ver
el corazón que llora en el regazo
lúgubres gotas de sangre.
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