Todavía discurre clara
el agua que baja
por la vieja acequia
para regar los surcos
que cuidadosamente
labraba el campesino.
Nada queda de la algarabía
de chiquillos corriendo
alrededor de los manzanos,
ni de los tordos negros
volando, de rama en rama,
entre los cerezos.
Por aquellos huertos,
hoy secos de frutos
y de sentimientos,
desaparece tibio el sol
entornando sus rojos
ante unos ojos desiertos.
Sólo restan la huella noble
que el azadón dejó sobre la seca tierra,
y el caminar pausado
del viejo labriego,
que sigue oteando las cercas
mientras cae la tarde y la noche se cierra.
©Pacodecáceres
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Tiene mucho sentimiento tu poema, Paco.
Preciosos versos!