Como cada noche al ir a dormir, apago las luces y en la oscuridad cierro mis ojos.
Suelo soñarme en una playa lejana de arenas blancas y suaves al caminar, donde el ruido de las olas alegran el sentir y la brisa marina acaricia mi rostro.
Sin embargo esta noche, lo sublime da paso a lo inesperado. A lo lejos, hay un cuerpo femenino recostado en la arena. Corro hacia ella - debe ser una sirena que el mar sacó de sus entrañas para el mundo - Al estar a su lado, una visión me desboca la sangre. Es una hermosa mujer, demasiado hermosa. Está herida pues pese a ser su tez tan gélida como divina, en su espalda, dos grandes desgarros sangrantes corrompen la castidad de sus líneas.
La tomo entre mis brazos y la llevo a un lugar más seguro. Observo y luego seco su rostro de diosa que débilmente respira como un cisne dormido. Sus ojos húmedos han llorado profusamente esa noche. Su piel es blanca y suave como brisa de oriente y sus cabellos negros como la noche, emanan sutiles destellos de polvo de estrellas. Luego de unas horas abre sus ojos; son dos perlas oscuras que me miran y se reflejan en una suave sonrisa que emerge desde sus labios. Su voz, como agua volteada dentro de un cáliz de plata, cálida me pregunta quién soy.
Idiotizado, deslumbrado, intento balbucear un nombre. No lo consigo... - Soy el que te encontró. Vuelve a sonreírme - No te preocupes, yo tampoco recuerdo mi nombre- Cuando trato de devolverle la sonrisa (como si fuera eso posible) noto que el dolor de su espalada la estremece desesperadamente. ¿Quién te hizo daño? No me responde y luego de unos minutos susurra - no tengo donde ir.
La llevé a casa para tratarle las heridas. Mientras curo sus llagas, me cuenta algo de su historia. Es un ángel.
Dice que era feliz, que levitaba de nube en nube y les hacía bromas a las golondrinas. En otoño, amaba columpiarse en los arcoíris y en la primavera, rozaba los campos de flores para llenarse de sus perfumes y pequeños girasoles que adornaran sus cabellos
En su infinita e inocente felicidad, no fue capaz de percibir que en lo profundo del bosque, un ser oscuro le envidiaba desde las entrañas, por lo que una noche mientras dormía, el ser oscuro invocando a las sombra, conjuró una tormenta como nunca antes había se había visto. Asustada intentó emprender el vuelo buscando refugio, pero fue ahí cuando dos sendos rayos rugieron en el firmamento quemando sus alas. Cayó indefensa al mar y no era capaz de recordar cuanto tiempo estuvo su cuerpo a la deriva.
Una semana trascurrió y aun estaba conmigo y cuando sus heridas lentamente sanaban, me imploró que no la soltara, que me quedara con ella. Yo se lo prometí. Le juré que no la soltaría, y le pedí que se aferrara a mi mano para ayudarle a sanar, de esa forma una vez crecidas sus alas, le enseñaría a volar de nuevo.
El tiempo trascurrió y enamorarme de ella fue inevitable. Mi familia me llamaba loco, enamorado de un ángel. Mi hermana vociferaba: - Cuando tenga sus alas, se alejará volando y te quedaras tal y como estabas al encontrarla. Solo. Perdido. No escuchaba a nadie pues mientras mi corazón estuviera con ella, no tenía miedo.
Una noche de tormenta, las pesadillas la embargaron. Me imploró la abrasara y en el preciso instante entre el relámpago y el trueno, mis labios buscaron los de ella. Fue un beso dulce y apasionado en el que las arenas del reloj dejaron de fluir hasta que el tiempo se detuvo. Ya no había lluvia, no habían truenos; solo un silencio mágico que hechizó una noche en que la oscuridad nos envolvió y fuimos uno...
El sol se coló por las cortinas y alumbro mi cara esa mañana. Lentamente y extasiado, cual crio que despierta una mañana de navidad, abrí los ojos para contemplarla a mi lado.
Ya no estaba.
Mi ángel había desaparecido. Era un sueño. ¿Todo fue un sueño? Una tristeza desgarradora me inundo el alma, ya no quería despertar... Desde esa noche, todas las noches voy a caminar por la orilla del mar antes de dormir, con la absurda esperanza de encontrar algunas de sus plumas en la arena y tener la certeza de que mi tiempo a su lado fue una realidad.
Fue el sueño más sublime, más divino que por recuperarlo habría dado la vida. Seguiré buscándola cada noche antes de dormir para intentar encontrar en sueños tal vez una vez más, a esa mujer. A mi ángel sin alas, al amor de mis sueños.
P.E.S.S.
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