Perfecto,
igual a las palabras que cobran los sentidos,
como la ciencia que cubre el esqueleto de las sombras;
afín a las plumas del ocaso.
Bello,
igual al suicidio del rocío en las hojas,
como los recuerdos absolutos a oídos de la sangre;
afín al fulgor de una roca bajo el mar.
Exquisito,
igual al descenso del cielo en el horizonte,
como el son de las olas sin letra;
afín al discurrir de los versos entre los dedos.
Majestuoso,
igual al pespunte primoroso de unas alas bajo la piel,
como la aguja que es marea en el pajar;
afín a la espuma de miel y amar.
Soberbio,
igual a la mano que pinta de su color cada amanecer,
como el sueño que no duerme ni descansa;
afín a la boca que bebe las horas.
Sublime soberano que llevo dentro
y se hace carne sin mis ojos,
en mis quebrados silencios,
en mis labios resecos y al abrazo de mi corazón.
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