El cielo está completamente nublado. Al menos, la penumbra ilumina este pequeño salón.
El sonido de las manecillas del reloj rompen el silencio que me rodea y el humo del tabaco parece danzar en el aire en cada calada que doy.
Parpadeo. Doy una última calada, giro la cabeza y observo el pequeño reloj situado encima de la televisión. Son las 13:57. Apago el cigarro.
Decido, de un vez por todas, levantarme de este puñetero sitio y dirigirme al baño.
Cierro la puerta. Abro el grifo, y mientras contemplo la escapada del agua por el desagüe del lavabo, me apoyo sobre este. Alzo la mirada hacia el espejo.
Tengo un poco de sangre en la mejilla, un moratón en el pómulo y otros cuantos en las muñecas. No sé como he llegado a este punto.
Agacho la mirada. Sigo contemplando el chorro del agua y su hermoso sonido. Desvío mis ojos por unos segundos hacia la derecha, donde está ese pequeño trozo de cristal proveniente de un vaso que cayó al suelo por su propio peso, días atrás.
O quizás, por su propio intento de suicidio.
Lo observo detenidamente. Me parece precioso... Vuelvo a centrarme en el agua.
Mientras me concentro cada vez más en aquel chorro, decido cerrar los ojos por un momento e inconscientemente, dar paso a miles de preguntas que comenzaron a rondar por mi cabeza.
¿Cómo he llegado a esto? ¿Cómo puedo aguantar tanto? ¿Qué he hecho para merecer esto? ¿Quién soy yo?
Vuelvo a desviar mis ojos. Decido agarrar con fuerzas ese cristal y guardarlo en el bolsillo de atrás. Me lavé las manos. Cerré el grifo. Salí y cerré con cuidado aquella vieja puerta.
Mientras recorro de dentro para afuera el pasillo, todas sus putas frases salidas como cuchillos de sus labios, son recordadas con más fuerza en mi cabeza.
¿Qué coño haces? ¿Quién es ese? ¿Te crees mejor? ¡No vales para nada! ¿Qué haces con eso puesto? ¿Tú que vas a saber? ¡Cállate!
Todas son recordadas.
Una y otra vez, como si mi consciencia no conociera el descansar.
-¿Cómo he llegado a esto?- susurro mientras camino con calma hasta el salón.
Tras llegar a dicho lugar, me dirijo al balcón y pienso en cada detalle con la cabeza fría.
Si salgo, él me vigila.
Si me relaciono, él me obliga a no hacerlo.
Si consigo algo, él me humilla.
Si decido hacer algo, él me amenaza.
ÉL, ÉL, ÉL y ÉL.
Él y su asquerosa mentalidad enfermiza.
Observo la calle desde el balcón.
Hace frío.
Creo que estaremos a cinco o seis grados. Es lo que tiene estar en diciembre.
Tras pensarlo todo fríamente, observo con máxima claridad que no tengo salida.
¿Estaré dispuesta a atentar contra la vida? ¿Contra mi vida?
Por supuesto que si.
Llevo mi mano derecha al bolsillo de atrás, agarro el trozo de cristal sujetándolo con cuidado pero con decisión y firmeza.
Miro mis muñecas. Dirijo ese cristal a toda la unión de venas de mi muñeca izquierda.
Miremos el lado positivo,
no solo me quitaré de en medio, también haré desaparecer ese estúpido tatuaje que me hice hace tres años, ignorantemente, de tu nombre.
Mataré dos pájaros de un tiro.
Visualizo una última vez la calle.
Hay varios coches aparcados.
Vuelvo a pensar todos los detalles.
Sonrío de forma nerviosa.
Lo admito, tiene que ser de muerte perder la consciencia por la falta de sangre y caer desde un cuarto piso. Será parecido al puenting, o eso creo.
De repente, comienzo a escuchar pasos que se dirigen hacia el lugar en donde estoy.
-¡No, no, no, no, no, no... Otra vez no... Él no!- grito susurrando, de forma nerviosa, a la nada.
Quiero que se acabe esta puta pesadilla de una vez por todas.
Sujeto con firmeza el cristal y decido hacer el golpe de gracia.
Si sale todo bien, la vida habrá superado mis esperanzas.
Mis ojos se empañan.
-Que te den, hijo de puta- susurro al viento, como si mi consciencia estuviera esperando una respuesta.
En un momento, sin esperármelo, mis ojos se abrieron en su máximo esplendor cuando escuché de la nada aquella cálida y suave voz.
Decido darme la vuelta.
-Mami, ¡feliz cumple! ¡Te quiero!
-...
Quizás... Si haya otra salida.
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