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La garza

La garza que mi halcón sobrevolaba
quiso bañarse en verano.
Quiso bañarse la garza,
quiso bañarse.

Quiso la garza ir al mar
y bañarse en mediodía.
Quiso bañarse la garza,
quiso bañarse.

Donde mi halcón no podía llegar
y el águila dominaba.
Quiso bañarse la garza,
quiso bañarse.

Quiso la garza dejarse matar
por el águila pescadora.
Quiso matarse la garza,
quiso matarse.
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Riqueza

Nadie ha habido más rico en este mundo
que yo ahora, contigo, rescatado
de mi mundo infeliz, ya desvelado
como un vil vaso de agua en que me hundo.

Si no es por tu áureo amor en que refundo
mi existencia de acero desgastado,
al vicio del dolor, acomodado,
aún recaigo en su abrazo tremebundo.

Contigo es todo nuevo y diferente;
nunca supe que púrpura y armiño
me envolvieran real y dulcemente.

Y es real tu mirada enamorada,
y es todo cuanto quiero tu cariño...
Soy rico porque no me falta nada.
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Trabajar

Trabajar es hallarse muerto en vida,
contemplar alejarse la esperanza
mientras se acerca el plomo a la balanza
que al fin dará la guerra por perdida.

Trabajar es callarse el alma herida,
ver las naves perderse en lontananza
sepultar en granito la añoranza
y ofrecer a parásitos mi vida.

Camino hacia la muerte de mis sueños
en este mar deshecho con dinero
pero mejor que otros hechos con sangre.

Someteos conmigo a nuestros dueños;
más vale sonreírle al carcelero
que morir ayer, con orgullo y hambre.
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Fortaleza

Quiero atacar yo solo tus almenas
si en defender te muestras implacable,
si respondes con ira incontrolable
mis flechas con las tuyas que envenenas,

si teas en llamas con agua frenas,
si corta tu señor con diestro sable
los garfios de mi asalto infatigable
y menos son los golpes que las penas.

Porque si de riquezas abundancia
guardas, será la muerte placentera
si la vida me juego en alcanzarla.

Pero si escasa fueras en ganancia
será tu propia roca la que muera,
que el olvido tendrá por arruinarla.
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Una madre nunca debería temer a el paso del tiempo que roba la voz

Maldito es el hijo que llevaste en tus entrañas.
Hoy no es más que un demonio oscuro
que te alejó del único lugar que te dio refugio en una noche fría.

Lo llevaste en tus latidos cercano
cuando indefenso a los lobos voraces vivía.
Le diste tu cuerpo sin pedir nada a cambio
Y arrullaste su desvelo cuando nada ni nadie tenía.
Fuiste más que solo una madre abnegada
Porque de tí solo respiro amor a manos llenas.

Ahora que el ocaso llega a tus ojos y los vuelve tristes
Y que tu fuerza es un temblor de llantos penosos.
Tu hijo se convierte en el maligno inquisidor de lo que nunca debieron ser tus derrotas.

Una madre nunca debería de sufrir.
Una madre nunca debería ser ese penoso recuerdo perdido de un pasado que solo se acecha con el fétido dolor del abandono.

Mi madre es mi mayor fuerza
Mi madre es mi mayor amor entre todas las constelaciones.
Mi madre es mi refugio seguro ante la derrota.
Mi madre es mi cura ante la enfermedad del desamor de este mundo tirano.

Maldito es el hijo que aleja de su hogar a su propia madre.
Porque una madre nunca podrá maldecir al que fue fruto de sus entrañas.
Una madre nunca debería temer a el paso del tiempo que roba la voz.


Poesía.
Miguel Adame Vázquez.
16/06/2017.
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Madre

MADRE, tus piernas enmudecen sus quejidos,
saben de memoria el peso del trabajo laborable
que tú has situado en la cocina,
sin que nadie parezca enorgullecerse de tu persona por ello.

Madre, las yemas de tus dedos
parecen no tener vacaciones
y el sueño está exiliado de la patria de tus ojos,
pero sigues aquí, en pie, entre trastos por fregar,
como un vendaval de perseverancia
por seguir adelante con todo.

Madre, se van burlando del tinte
las perezosas canas de tu pelo,
pero todavía hay un arco iris diminuto
en las facciones de tus risas de niña
y eres sabia en esto de la estrategia y el juego de la vida
al que tanto apuestas por nuestro bien.

Madre, descansa por un tiempo, descansa,
reposa por unos días, date una pausa
porque se me resquebraja el corazón al verte doblegada.

Date una pausa, aunque sé que estarás
desmesuradamente interesada en la prisa,
porque es más tarde de lo que parece
y tus hijos mayores hace tiempo que no fumamos a escondidas...
Date una pausa, porque a los adolescentes
pronto empezará el mundo a teñirles las pupilas
de colores nuevos y peligrosos.

Madre, sé que sigue habiendo todavía
pañuelos y consejos esperándome en tu hombro,
aunque el tiempo haya asesinado las nanas
y ya no nos firmemos las mejillas, con nuestro afecto,
tan a menudo como entonces,
pero sé que continúas escondiendo un te quiero en cada plato.

Madre, tus piernas se alivian de su carga de quejidos
cuando las horas en que las camas se deshacen
cobijan y sopesan tu cansancio.
Por eso yo, con este modesto poema,
he querido hablar por tus dolencias,
porque hay mucho que aprender de ellas, Madre.


(Abel Santos, de ESENCIA,
Ediciones Az90, Barcelona, 1998)
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Madre

Madre

Palabra infinitamente bella,
comparable a dios y a su grandeza,
al sol, en su envolvente pecho…
A la luna por ser faro que destella.
Nada más inmenso que sus brazos,
que cuidan, protegen y cobijan,
nada más contenedor que su mirada,
y su sonrisa que alienta y sostiene,
con la ternura de su alma y
el gran amor que el corazón anida.
Madre, palabra omniabarcante,
donde su cuerpo engendra, posee y crea,
donde su cuerpo alimenta y cuida…
Madre, nombre que el hombre pronuncia
a toda hora, en su niñez, su infancia,
su adolescencia, su adultez y su vejez;
última palabra en su renuncia,
última palabra en su partida,
sentimiento noble de amor y paz fraterna,
que afloran en la dicha, que se clama,
se implora, y se piensa en la oscuridad
del desatino, del error y la desdicha,
madre, ser que todo lo perdona,
ser que todo lo transforma, optimista,
positiva, vital, guerrera sin desmayo,
corcel de triunfo, de gloria, altruista,
mujer, ángel tutelar para tus hijos,
bálsamo, candor es su presencia…
Aunque ausente mañana por su tiempo,
siempre está en la mente, en asistencia.
Imagen, idea, memoria, talle, figura,
presea que nos da la vida, al corazón es templo…
que vierte luz de indiscutida transparencia.
solo un hijo, en su alma, en su cuerpo y mente,
piel, vísceras, en la cuita más profunda
puede reconocer los valores de una madre!!!
Si por madre una madre tuvo.
Horacio F. Rodríguez Porto
Libro “Amanecer Crepuscular”
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Te quiero Madre mía...

Hace mucho tiempo que dejé una pluma ya olvidada, la que al paso de los años, lentamente se me fue empolvando.
Hoy, he querido utilizarla motivado tal vez por mil sucesos, pero, por más que la he limpiado, permanece aún, tristemente envejecida.
Así es, fue mucho el tiempo que dejé aquella pluma, que junto al polvo se acumularon también, todos estos años.
Pero ¿qué fue lo que me hizo recordarla?
¿Fue tal vez un sueño?
Un tormento, una risa, un amor, o tal vez ¿una ilusión?
Precisamente, ¡eso fue! ¡Una ilusión! ¡Sí! ¡La ilusión de verte Madre mía!, aquí, donde estás, sentada, risueña y cariñosa, brindando mil ternuras.
¡Haz pensado! ¿que algún día te hemos olvidado?
¡Haz creído! ¿Que tus hijos te han abandonado?
¡Haz dudado! ¿Del cariño que tu misma nos fuiste cultivando?
¡Madre!
Perdona si alguna vez de tus hijos, lo haz mirado.
Pero, nosotros lo juramos, nunca, nunca te hemos olvidado, y a pesar de que vivas muy lejos de nosotros, aquí y en este mundo que pisamos ¡Madre! nosotros te llevamos.
Así es ¡Madre!
Tus hijos, te queremos.
Tus hijos, te adoramos,
Tus hijos, te extrañamos,
Y tus hijos, todos, siempre te esperamos.
Ahora Madre mía, deja que vuelva a guardar ésta, mi pluma, no importa que pasen otros años, y se empolve y la olvide nuevamente, si cuando la tome otra vez entre mis manos y se encuentre aún más envejecida, la tome para escribirte nuevamente ¡te quiero, Madre mía!

A mi Madre en este diez de mayo.
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Mi Madre

Mi madre tenía voz fiera y de provincia eterna
que removía todo y a todos de madrugada.

Mi madre que alguna vez fue muchas en una,
hoy es sólo inocencia.

Recuerdo esa cariñosa y tenaz mirada,
como de ojos avergonzados,
que velaba siempre por todos.

La quiero ahora,
y a momentos tanto,
como no lo he hecho en años

Mi madre creía en Dios y en los muertos,
mientras que yo crecía sin creer en nada.

Aunque compartíamos universos diferentes,
nos llevábamos bien y a fondo.
Mi madre con su cariño irreductible.

Mi madre con toda su Fe, fácil y ciega,
me hacía sentir siempre feliz,
cual si fuera cachorro mimado.

Ahora, en el atardecer de su vida,
ella se encuentra lejos,
y yo me siento a veces desamparado,
y me angustia que desee quererla más y no pueda.

Mi madre como una lluvia de besos y cariño,
se me va yendo del recuerdo,
y me va quedando la débil imagen
de una anciana bella que no me recuerda,
pero me quiere por la costumbre de haberlo hecho siempre.

@Ramiro
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Sin retorno

Aquel viaje fue el inicio de una serie de hechos desafortunados que marcaron el camino sin retorno de Lucio Quispe Vela a las profundidades del deterioro mental.

Lucio, de cincuenta y cinco años, llegó a Madrid una tarde de junio, acompañado de su esposa. Era domingo y venían a visitar a su hija Yovanna que estudiaba en la Universidad Rey Juan Carlos y a conocer a la nieta, nacida dos meses atrás.

Su drama empezó cuando fueron retenidos en el aeropuerto bajo sospecha de ser "muleros". Cuatro horas después, con una simple disculpa pudieron ingresar al país, ya sin saber qué hacer porque su hija había retornado a su alojamiento.

Cuando por fin se comunicaron con Yovanna, ella ya no podía ayudarles porque la casa en que vivía cerraba a medianoche. Se trataba de la vivienda de una ONG católica, que recibía a mujeres en situación de riesgo, y en la que la joven podía alojar a su madre para que ayude a cuidar a la bebe por unos días.

De acuerdo a lo planificado por Lucio, Mariana acompañaría a Yovanna y él se alojaría en un cuarto en el centro, que separó meses atrás y que pagaría al llegar. Aquella noche se enteró que la habitación ya había sido tomada y que no les quedaba otra opción que buscar cobijo en el aeropuerto, con el escaso abrigo que un par de mantas podían ofrecer.

Pero Lucio no pudo dormir, no por el jetlag, sino por una mezcla de miedo y desilusión, ante las expectativas que tenía de este viaje. Se preguntaba cómo es que un hombre pacífico, honesto y amante de la cultura europea, podría recibir un trato semejante. Esa noche se llenó de improperios hacia las autoridades y empezó a germinar algo oscuro en él.

Al amanecer, Lucio y Mariana, con el cuerpo maltratado se dirigieron a la estación de buses y cuando estaban a unos pasos se dieron cuenta que solo portaban la mochila. Habían olvidado su pequeña maleta azul que contenía los documentos y el dinero para la estadía. Mariana fue presa de una crisis nerviosa, mientras Lucio corría a buscar la maleta al lugar donde habían pasado la noche. Al ver que llegaba con las manos vacías, la mujer estalló en un llanto descontrolado que asustó a los turistas y atrajo a dos policías.

Unas pastillas bastaron para que Mariana se calmara y durmiera un rato. Para entonces la policía había encontrado la maleta, ya sin dinero y documentos. Apenas con algo de ropa interior y una camisa vieja.

Yovanna llegó pronto para llevar a sus padres, pero el panorama no era del todo bueno, Mariana tenía dónde hospedarse, pero Lucio tendría que buscarlo con el poco dinero que le quedaba en los bolsillos. Más tarde, fue guiado hasta tomar el metro, con indicaciones precisas de bajar en la estación de la Puerta del Sol. Yovanna le había conseguido unos euros y un posible alojamiento por la Plaza de Canalejas.

Al llegar a la puerta del hospedaje se percató que no tenía documentos para conseguir la habitación y que su móvil no funcionaba en esa ciudad. En ese momento, caminando por las calles de Madrid, no pudo sentir el atractivo esperado, ni la luz del sol que se coló entre las nubes ayudó a Lucio a encontrar un poco de alegría.

Ya casi era mediodía y trajinaba con su mochila, buscando a dónde ir. A esa hora su esposa debía estar en el cuarto de Yovanna, cuidando a la bebe, mientras la joven emprendía un viaje a Albacete a buscar al padre de su hija, para pedirle que le ayude en su manutención, en tanto ella terminaba la universidad. No le pediría su apellido, solo apoyo, porque ella ya lo había inscrito como hija de madre soltera.

Lució paseo por las calles de la ciudad, buscando un lugar donde dormir para el que no necesitase pasaporte (todo se había ido con la maleta, incluso la tarjeta de crédito que habilitó para el viaje). Tenía algunos euros en el bolsillo que le iban a servir unos días para comer (mientras adelantaba su retorno a Lima). Las monjas habían sugerido que fuera a una de las casas de acogida que está en el barrio de San Blas, por Plaza Grecia, pero tal lugar estaba tan lejos del centro y de su ya mellado orgullo, que a Lucio le pareció mejor seguir acomodándose en una banca para dormir. Le habían dicho que ya no hacía tanto frío, pero por si acaso llevaba una manta para cubrirse.

Buscó por el Paseo del Prado y lo vio muy expuesto, el Parque del Retiro tampoco. Llegó a la estación de Atocha y no quiso entrar. Buscó en las iglesias de San Salvador y San Nicolás, de San Sebastián y en la parroquia de Santa Cruz. Todas estaban cerradas. Quiso entrar al metro, pero tendría que pagar su boleto. Hasta que, dando una vuelta en círculo, terminó en la Carrera de San Jerónimo a unos pasos de la Plaza de Canalejas, con la penumbra del crepúsculo, sentado en el portal de una tienda abandonada, donde había unos cartones dispersos y espacio para acomodarse.

El cansancio no le permitió darse cuenta del bullicio y trasiego de esa calle de alto tránsito turístico, que no cesó sino hasta bien entrada la noche. Para entonces Lucio dormía, acurrucado en ese lugar.

Había acordado con Mariana que la llamaría el martes para pasear por Madrid, aprovechando que una amiga de Yovanna ofreció ayudar con el cuidado de la bebe.

A las siete de la mañana lo despertó el ruido de pasos del caudal de gente, de una ciudad que a esa hora bullía de vida.

Sentado, en silencio, sin atinar a moverse Lucio miró pasar a niños, ancianos, mujeres y autos, sin pensar en más. Las ideas estaban escondidas, los recuerdos perdidos, la razón de ser de su existencia se limitaba a los movimientos de masas de colores que veía desfilar. Fascinante, atrapante, hipnotizador. Una realidad que se quebró con el sonido de algunas monedas caídas sobre su manta, que se mostraba ante la gente como una invitación a la compasión y el desprendimiento.

Lucio se paró sobre la manta, se puso los zapatos y cuando se disponía a recoger las monedas una presencia le tapó la visión de la calle.

- Hola compañero, qué haces aquí.
- ¿Cómo dice? Disculpe señor, solo estaba descansando ¿este es su lugar?
- Jajaja. No pasa nada compadre, este hueco está abandonado.
- ¿Y usted quién es?
- Un extranjero, solo que llevo algunos años en esta ciudad de mierda.
- Bueno, ya me voy.
- ¡Jijos! Oye ¿tienes unas monedas?
- Disculpe ¿me da permiso?
- Escucha, dame un par de euros y te cuido el lugar por si no tienes dónde dormir esta noche.
- Mire, no tengo…
- Y lo que vi en el suelo... lo que has recogido?
- Ah sí, bueno, tome, después de todo no era mi plata.
- Gracias compañero... ¿Cómo te llamas?
- No le puedo dar mi nombre.
- ¡Bien amigo, nos vemos esta noche!

Mientras se alejaba, Lucio empezó a recordar qué debía hacer. Se paró en seco, miró para un lado y para el otro y buscó a quién preguntar dónde podría encontrar un teléfono. A la distancia divisó uno y allí se dirigió. Buscó entonces el número que le dieron, pero no pudo hallarlo. Ya con el teléfono en la mano quiso recordarlo pero no pudo. Él siempre tuvo buena memoria. Recordaba nombres, calles, lugares, rostros. Pero no pudo.

Ensimismado en sus pensamientos, no atinó a ver llegar el camión que por poco lo atropella. Un policía que lo había observado se acercó, pero se interpuso un ómnibus que le hizo perder de vista a Lucio, que para entonces ya se había marchado por el pasaje Echegaray, rumbo a lo desconocido.

Yovanna viajaba en bus a Albacete, descansando, sin mayor preocupación. Después de meses podía disfrutar un momento de tranquilidad, a solas consigo misma. La vista del paisaje de La Mancha, con su extensa llanura ocupada por zonas de cultivo le trasmitía mucha paz y sosiego.

Durmió unas horas, hasta que el bus se detuvo. Había llegado a la estación. Por un momento quiso creer que alguien la estaba esperando, pero no, tenía todo el tiempo para ella misma. Primero había que llenar la barriga, luego ir por la tarde al piso de Evaristo, y después ya se verá.

Lucio caminó hasta llegar nuevamente a la estación de Atocha y luego de unas horas regresó al mismo lugar donde pasó la noche. La inseguridad y la imposibilidad de comunicarse con su familia estaban haciendo mella en su salud mental. Al llegar al lugar encontró los mismos cartones y una manta gastada. Recordó entonces al mexicano y lo buscó con la mirada, pero solo vio gente muy diversa y apresurada.

El viaje de Yovanna no fue del todo exitoso, pues no encontró a Evaristo en su piso, ni a nadie a quien avisar que había venido. Así que tomó un papel y dejó una nota pegada en la puerta, con los detalles de su visita y un número de teléfono para que se comunique.

- A lo mejor se había ido a Pontevedra el desgraciado.

Al día siguiente, muy temprano, Lucio descubrió que faltaban su mochila y sus zapatos. Esa mañana fue intervenido por la policía, gracias a que Manuel Coicca, un exalumno que hacía turismo en Madrid, lo pudo reconocer, a pesar de encontrarse en un estado deplorable: sucio, maloliente, con una barba crecida, el cabello desarreglado y la mirada extraviada. El profesor de Historia de la Civilización parecía en esta ocasión un indigente más en esa gran ciudad.

Los buenos oficios de Manuel y su acompañante permitieron contactar con la embajada, que se interesó por el compatriota. A las once de la mañana, luego de comer y asearse pudo al fin contactar a su esposa, quien no tardó en llegar junto a su hija. La alegría del encuentro pronto dio paso a la desazón, al enterarse que Yovanna había logrado comunicarse con Evaristo, y éste había negado la paternidad amenazando con demandarla. Como consecuencia, ella había decidido regresar al Perú.

Lucio solo gritó ¡Carajo! y sin más salió a la calle a toda prisa.

Dos días pasaron para que lo encontraran. Las redes sociales permitieron hallar a Lucio en una arboleda, por el río Manzanares, cerca al estadio Vicente Calderón. Parecía que si se demoraban un poco más lo iban a encontrar flotando en el río o desparramado en la M-30.

Una semana después de haber salido a España, todos regresaron a Lima gracias a un vuelo de cortesía que la empresa que gestiona el aeropuerto, con más miedo que culpa, facilitó. Lucio y Mariana, acompañados de su hija y su nieta, fueron ubicados en distintos asientos de la clase turista premium, en un vuelo de Iberia, sin escalas.

A su regreso, las cosas no volvieron a ser como antes. Mariana intentó no hablar del viaje, aunque a la larga, el incidente se filtró en las redes. Yovanna se tomó un tiempo para conseguir trabajo. Y Lucio jamás habló de Madrid. Abandonó el curso, la universidad y se dedicó a escribir enigmáticos textos y a intentar dibujar, como parte de su terapia, subsistiendo con su famélica pensión de jubilación adelantada.

Manuel y Jorge se hicieron amigos de Yovanna y un buen día la llevaron de nuevo a España, para que la pequeña pudiese conocer la ciudad donde nació.

Ella aún vive allá, cuidando a su hija y a una señora mayor que la trata mal, pero no ha pensado en regresar. Y es que, para algunas personas hay viajes sin retorno, porque ya no les queda otra oportunidad.
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Madre

Madre, resucita el otoño,
tu luz, tu carne extraño,
llegan a mi tus jazmines
tu voz dulce, tu mirada serena,
exhala llanto mi pecho blando.

Arrugada bajo la luna
soy lo que fuiste ayer,
mi amparo tenias
no tengo nada de ti.

Madre, el cielo lirio
templo de tu esencia,
allí pernoctan tus raíces
las mías secas desaparecen.

Mira el esplendor de las aves
su curtida libertad,
la sonrisa del viento
al roce de sus alas,
¡Ay madre llévame a volar!
No me abandones
en sábanas de espinas,
mira el hueco de mi costado
se me va la vida madre, se me va.

Yaneth Hernández
Venezuela
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Amor de madre

Amor de madre que brota en tu regazo,
que en el sosiego te agita el corazón,
y en la reyerta te nubla la razón,
el tatuaje, es en tu piel un arañazo.
El cariño es un destello, es un chispazo,
que en tu dulce rostro enciende una sonrisa,
incondicional, de esa madre sumisa,
enamorada de su hijo en un flechazo.

Vuestra alianza se gestó en el embarazo,
en un feroz parto lleno de emoción,
en lágrimas de alegría y de pasión,
en el cordón que creó un eterno lazo.
Y enlazados os observo en un vistazo,
unión de sangre, relación indivisa,
fuerte y a la vez tierna como la brisa,
juntos, fundidos en infinito abrazo.
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Madres

Observa, fíjate en ellas,
allí en el parque sentadas,
jugando con sus retoños,
cuidando de su camada.

En sus rostros la dulzura,
la ternura en sus miradas,
en sus manos protectoras
la fuerza de sus entrañas.

Cómo velan por sus hijos,
los miran embelesadas,
su vínculo es indeleble,
viene de dentro del alma.

Todas rebosando amor,
luchadoras y esforzadas,
educando con paciencia,
cariñosas, delicadas…

Ellas les dieron la vida,
haciendo trucos de magas,
y transformando sus vientres
en maravillosas lámparas.

Al tomarlos en sus brazos,
resbala por sus pestañas,
como el agua de un torrente,
orgullo en forma de lágrimas.

Preguntarás quiénes son,
viéndolas tan abnegadas,
son mujeres increíbles,
son madres... enamoradas.

Dale a la vida mi niño,
por tener madre, las gracias,
yo se las daré también,
porque, aunque lejos, me guarda.
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Piropo a una madre

....

Son tus besos, madre,
pedacitos de estrella,
puñaditos de tierra,
en tus manos luceras,
sembraditos en la mar.




A mi madre, Isabel García, por darme todo sin pedirme nada.
Sirvan también mis versos de homenaje al resto de las madres sean de donde fueren.

@Inmalitia, Andrés García. © Septiembre, 2018
Imagen: Mi madre
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Madrid

Madrid.
Torres de acero y cristal.
Anchas avenidas.
Hermosas fuentes.
Árboles otoñales.
El Oso y el Madroño...
pero hay otro Madrid.

El de las miradas tristes,
vacías.
Barbas luengas,
desaliñadas.
Espesos ropajes,
sueños de piedra.
Plástico en mano,
hambre en las entrañas.

Yo lo he visto.


@Moradora (03/03/2020)


Foto: l. daniele/a. carra (ABC)- Alrededores de Atocha (Madrid).
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A mi madre desde mi nacimiento (Octavas Reales encadenadas)

Cautiva jovial madre su embarazo,
rebosa grácil miles emociones,
acaricia feto con cálido abrazo,
es fruto de anheladas ilusiones,
loca ansia de estrecharlo en su regazo,
acelera presuntas contracciones,
el parto anuncia dulce bienvenida,
son lágrimas de madre agradecida.

Desborda alegría su alumbramiento,
suceso acarrea risas y llanto,
celebrar con júbilo el nacimiento,
es bendición de angelical encanto,
maternidad regio acontecimiento,
La Virgen cubre con divino manto,
Dios iluminará sabio camino,
crianza sana, alentador destino.

Arreciarán agobiantes desvelos,
turba vertiginoso crecimiento,
los hijos emprenden cándidos vuelos,
anhelan brillar en el firmamento,
ya no escuchan cuentos de los abuelos,
sólo excusas sin arrepentimiento,
la madre brinda consuelo y cariño,
sacrifica ser, por su eterno niño.

El tiempo con su huella marchitó su piel,
su amor puro luce en su albo cabello,
su vida por sus hijos es prueba fiel,
abnegación, crucifijo en su cuello,
nobleza de corazón es dulce miel,
infinita ternura, recuerdo bello,
Madre Santa, serás para mí inmortal,
sol y luz en mi sendero, hasta el final.

Autor: Profr. Mucio Nacud Juárez
( Mayo 2020)
Derechos reservados
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El orgullo más grande que tengo

Sobre un campo repleto de flores silvestres tu caminata dejó una huella imborrable en mi cuerpo.

Trazaste mi existencia con un amor absoluto.
No fueron las noches ni los días que transcurren ausentes suficientemente fuertes para doblegar tu desvelo.

Ahí estabas tú cuidando mis sueños.
Y como un centinela vigilaste mis días para que mi respiro no se extinguiera.

Siempre has estado ahí, aún cuando mi alma era de lo más vulnerable.

Y crecí con tus cuidados hasta convertirme en un ser completo.

Siempre protegido por ti como el cachorro que huye de los lobos voraces.

Lo seguirás haciendo simplemente cuando lo necesite.

Nunca te he pedido nada, pero tu amor de madre es el amor más puro y completo.

Eres mi madre, eres el orgullo más grande que tengo.



A mi madre.
Poesía
Miguel Adame Vazquez
10/05/2014.
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Otro poema sobre Madrid

Madrid es un lince, desgasta
a lametones desde los pies
y mecaniza todos los pasos
por mucho que escapen de su raíl.

La música ambulante se mezcla
al son de repletos autobuses.
Articulan lo que quiere oír cada uno,
son las mil y una voces de Madrid.
Aun así guarda el secreto que nos atañe.

Su cuerpo tiene forma inexacta,
de atleta es su pierna izquierda
y con tacones anda la derecha.
Ambas manos sujetan indistintamente
un maletín o la correa de un can
disfrazadas detrás de un periódico.
Sus brazos han barrido el suelo
o se han alzado en la última manifestación.

Madrid tiene barba de camionero,
cien ojos en la cámara del turista
y late al ritmo de quien le siente al andar,
da igual si va o viene, siempre estará allí.
Su boca es la de quienes comen genitales
para labrarse un futuro mejor.
¡Bienaventurados todos ellos!


Pese a todo, siento que hoy habla
sólo para mí. Recita en su adagio
todas las cosas pendientes de hacer.
Incluso se atreve a hablarme de ti,
y eso que no eres verdad.
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Soneto No. 7 "De Madrid al cielo"

Soneto No. 7 "De Madrid al cielo"

La Habana capital de los cubanos.
París ciudad de luz...y Roma eterna.
La gran manzana grácil y moderna
Atenas cuna fue, de ciudadanos.

Condal, la gran ciudad de Barcelona.
de Dios, Jerusalén...Pekín prohibida.
cerveza tiene Múnich por bebida
Lisboa blanca, encierros en Pamplona.

Madrid de la chulapa y su pañuelo;
de muros, fuegos, aguas y bondades
que evocan a un país plural, mestizo.

Madroño en su blazón, azul, castizo
y puertas con canciones sin edades
¡Que sepas que es Madrid! portal del cielo.
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