Ese brillante día de abril,
el sol sonreía de manera peculiar,
no sólo cantaban las aves,
hasta los árboles les hacían coro
El jardín presumía mil colores
y el mismo número de aromas
las mariposas competían con colibríes
pero las abejas degustaban más sabores
Un par de nubes se besaban en el vuelo
mientras los peces miraban su reflejo
La vida era feliz ¿Qué podía empañarla?
Hasta los girasoles saludaban al cielo
A lo lejos,
justo a la salida del túnel de árboles,
aparece el regordete policía del pueblo,
seguro venía por mantequilla, pan y huevo
Las pláticas solían ser largas
y cargadas de recuerdos
pero en esta ocasión sólo bastó un minuto
para llenar el cielo de cuervos
Una lechuza llegó y los zenzontles se fueron,
las paredes ladraban como perros viejos
La otrora feliz mujer corrió despavorida,
llevaba en el alma un dolor
y en el corazón una herida
El túnel de árboles jamás había
sido tan largo
pero corrió con tanta fuerza
que no sintió cansancio
Arribó a aquel arroyo,
en el que muchas veces habían jugado
vio dos cuerpos, uno era Saraí
y el otro era su hijo Ernesto
La impresión fue devastadora,
como si una fría espada atravesara su vientre
y su alma se vaciara de repente
Su cuerpo vacío cayó fulminado,
sobre el cuerpo de sus hijos lloró amargamente
Sufría como no debe sufrir la buena gente
- ¿Porquéeeee? ¿Porqué te llevaste mis hijos?
¿Porqué la vida es tan injusta,
habiendo tanta gente mala,
te llevaste estos angelitos que no han hecho nada
Después de las lamentaciones
sobrevinieron las maldiciones,
contra la gente, contra la vida,
contra la injusticia
- Me quiero moriiiiir, no deseo seguir aquí,
la vida es un infierno, devuélveme mis hijos
Un silencio sepulcral invadió el ambiente,
un frío inusual invadió su alma de repente...
Una voz le susurró al oído:
- Hija mía no necesitas morir,
hace tiempo lo has hecho,
necesitas parar de sufrir
y acurrucarte en mi pecho
Tu alma penaba en este mundo vil,
empeñada en cuidar a tus hijos
permaneciste aquí y te olvidaste de mi,
tú y ellos sufrían mucho por eso los reuní.
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