Los celos jamás nos dejan, son caprichosos, vanos, un incordio. Por eso, lo que hay que ofrecerles es asiento y ninguna atención. No se van. Pero no hablan, y al no hablar no hay que dirigirles las malas palabras.
Están, sólo están... Ahí, solitos. Tanto, que terminan siendo parte del mobiliario. Miran como la lechuza, están atentos, abren los ojos de manera increíble, se quieren parar de un salto y levantan el dedito acusador. Los conozco, tengo miles sentaditos por todos lados.
A veces gritan, otras empuñan un artillería completa de dudas para dejar pequeños agujeritos por donde introducir cizaña y matar la vida o por lo menos, enloquecerla un poco mucho más.
No pruebes matarlos porque son indestructibles sin ser super héroes. Tienen todo el poder en sus manos y ¡no titubean!, saben usarlo. Son expertos, de paciencia; los astutos villanos de nuestra película. Siempre están al acecho. Son como esa vecina que vive en la ventana de enfrente esperando algo, que la rescate de su invisibilidad, de su monótona vida.
A veces, casi siempre, aún sentaditos en el rincón, cada vez que damos un paso nos extienden la pierna para reír con la trastabillada y el intento de no caer. Son mañosos, sádicos. Mala hierba diría mi abuela. Otras, espían día y noche por eso de los sueños de veinticuatro horas. Y sólo esperan que en algún momento, nos aparezcamos desnudos de debilidades, de falencias, de ausencias, de inseguridades. Ni siquiera necesitan tomar mucha nota, ¡somos de manual! Una vez descubierto/s, ahí sí, agarrate de lo que puedas porque vuelan las navajas en medio del tornado. Y es que se alimentan de sangre envenenada y en punto de ebullición. Cosa que tampoco es tan complicada, somos humanos...
¿Ves? Ni siquiera son buenos vampiros. ¡Son un fiasco! Existen, es verdad. Son inmortales, también es verdad. Pero nosotros no, ni nada ni nadie de los que nos rodean. Da miedo, ¿no es cierto?.
Son dañinos porque están en nuestra naturaleza, ahí, sentados y esperando la ocasión de susurrar el golpe. Susurrar, sí. Es que también son cobardes. ¡Muy cobardes... !Tanto, que ¡ni siquiera tienen el valor de asestarlo de frente! Y eso, acá o en la China, en mí idioma o el tuyo, se llama pánico, chucho, cuiqui.
Así es que, según mis muchas vidas y tantos años, como no hay manera de matarlos, que se sienten a esperar la ocasión y les garúe finito. Yo, sigo mi vida.
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