Su rostro lo atraviesa
una sonrisa torcida,
cicatriz enmudecida
de una herida que no cierra.
Una mirada muerta,
mirada torva, cruel, hundida;
y una lágrima furtiva
antes de cerrar la puerta.
Plumas grises como la nube
que atravesó al caer del cielo
a aquel terrible desierto
donde quien baja no sube.
Cuando se disipa el dolor
del golpe de realidad
con terror e incredulidad
observa su alrededor.
Entre la sangre y el polvo
revolotean plumas rebeldes
de unas alas que no quiere
pero que sigue mirando absorto.
Grita y siente en el pecho
una tempestad de ira incontrolable
y las plumas son puñales
que se clavan en su cuerpo deshecho.
Llegan y se van los días.
El castigo por traición
da fin a la transformación.
Despierta con el alma fría.
Lo siente: es otro.
Olvidó su nombre e historia,
y si antes conoció la gloria
ahora no es más que un ángel roto.
No se atreve a recordar
el pasado tan lejano
del primer pecador cristiano
que se quiso rebelar.
Y de esa luz de la mañana,
un resplandeciente fuego oscuro,
por un divino conjuro
ya solo quedan las brasas.
De nada sirve arrepentirse,
pues aunque era la más brillante
su luz no le pareció bastante,
y obtuvo así final tan triste.
Ángel muerto, renacido
en un fénix de ultratumba
que al amanecer se derrumba
soltando un largo y hondo alarido.
En demonio convertido,
ahora no piensa llorar,
pues ha elegido olvidar
su 'yo' antes del Ángel Caído.
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