Los árboles rasgaban la bóveda celestial, que se tornaba torva en una gama acromática y, conllevando el desosegado final, las ramas sin broza se explayaban, perdidas entre la bruma. Los aromas cetrinos, retornaban al ayer, y, proveían la falsa ilusión, de una pizca de redención. ¡Oh!, tan deseada era, tan escasa se repartía y, para su desgracia, su servidor la repartía. La niebla se espesaba, en un denso ensueño, fruto de la inventiva erudita de un náufrago. Silencio; pasivo silencio que moraba por el viento, con vacuos susurros que amedrentaban a los olvidados. Y ahí hallábase un ilustre cuarteto, con sus semblantes pardillos y mentes virginales; el primero, en edad ya de merecer, de faz ensanchada y tez nívea, con la imaginación desatada, agraviándose a cada suspiro. Le precedía la perfecta e inmaculada fémina, joven por condición, bella; ¡bella y pura!, entre sus famélicos brazos embalaba a una creatura sollozante, con amores mondos e inocencia efímera. Ni resentimiento fracturado y corazón sin pisca de violencia. Falto de humanidad. A la zaga, andando con culebreo ofidio; se hallaba el menor. De mirada soñadora, porte rechoncho; simbolizando en una gala inefable, lo que es la bonhomía. Y así, ante mis sacrílegos ojos deambulaban, el cuarteto pardillo que danzaba entre jolgorios rasposos, por yermos sin nombres y con poca redada, caminaban con recelo, bajo unos designios piadosos.
Algunos me llaman elucubrador, otros, con un hilo de odio en el silbido, maquiavélico; y unos pocos, escasos de sazón, me recitan: creador, engendrado e inmarcesible.
"Contemos historias con el corazón, con poesía"
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