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Un día, le dijeron que aquello era inconcebible y que nunca sería feliz. Luego la llamaron puta y se rieron de su interior desarmado y lleno de luces apagadas. Lloró hasta que no le quedaron lágrimas, hasta que se le despellejó la nariz de sonársela. Siempre a escondidas, para no preocuparlos a todos, porque todos la querían, pero nadie la entendía.
Ella sentía tanto, que sentía doble. Le gustaba experimentar y poner a prueba sus propios sentidos. Le encantaban las personas, conocerlas, observarlas, pero lo que realmente adoraba era dejarse llevar por los sentimientos. Se subía en el barco de las emociones y dejaba que las olas provocadas por el/la otrx la llevaran a cualquier puerto.
Llevaba cuatro años de relación con él. Se querían, se adoraban. Se hacían fotos a cada rato, riendo, comiendo, besándose en cada estación y en cada despedida. Su vida era un contínuo de despedidas agridulces. Y ponía de nuevo el reloj a contar hasta la próxima.
Un día lo conoció. Conoció a aquel huracán que provocó olas de hasta 10 metros de amor y la hizo encayar en la orilla de un sitio en el que nunca antes había estado, pero del que siempre había oído hablar. Y se enamoró. Como una niña pequeña, sin sentido ni percepción de su propia realidad.
En su vida, todo era doble. Se comía dos tostadas para desayunar, las plumas de su agapornis eran bicolor, se ponía dos pinzas en el pelo para arreglarse, miraba dos veces hacia atrás antes de subir al autobús y, cómo no, estaba enamorada de dos personas.
Todxs criticaban sus decisiones, pero nadie se preocupaba por su estado de ánimo. Y la flor que navegaba al son de la vida se marchitaba día tras día, sin freno, arrastrada por la corriente de la incomprensión.
Aquellas dos personas estaban en puertos diferentes, muy alejados entre sí, tanto que no podían ni verse. Ella intentó acercarlos, pero la obligaron a autoconvencerse de que tan solo se puede remar en una dirección.
Pero ella sabía que había desarrollado la capacidad de dividir su corazón, de entregar un pedazo a cada uno de ellos, para que comprendiesen su forma de entender el amor o, como ella lo llamaba, el poliamor.
Desde entonces, cada noche coge su barca y rema hasta llegar primero a una orilla y luego a otra. Y así termina ella, cansada de direcciones, de confusiones y de encontrar dificultades donde todas las personas le cortan las alas que la convierten en ángel.
@Blue_mids
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