A veces, sólo a veces,
oigo una voz en mis recuerdos lejana, fría, como una dura piedra percutiendo en mi cabeza.
A veces, sólo a veces,
me llegan imágenes de fuego que incendian mi retina y se meten muy adentro, en las grandes llanuras del silencio.
A veces, sólo a veces,
quiero vomitar conejos y candiles encendidos, pero sólo consigo que surjan gatos de mi hombro.
A veces, sólo a veces,
escribo sobre mujeres muertas ya en mi recuerdo y me olvido de que tú estás aquí, en mi momento.
Es entonces, sólo entonces,
cuando empieza el sabor del cotidiano amor que me regalas desde tu alma desnuda, sin vestidos ni collares que disfracen esa esencia.
Es entonces, sólo entonces,
cuando descubro que no importa que vomite conejos o encendidos candiles, que da igual si los gatos de mi hombro se me duermen muy despacio.
Es entonces, sólo entonces,
cuando comprendo el amor tan absoluto que me das, que compartes conmigo en el más mínimo detalle.
Y veo que tú eres todas esas cosas que imagino en el viento, que eres todo lo que escribo, mi verso más perfecto, que me miras con la inocencia de la vida, con la frescura de los árboles en primavera.
Y me sigues mirando y desarmas mi andamiaje, me dejas desnudo, sin pluma ni papel, sin argumentos dialectales donde esconderme.
Y así abres los portales de mi alma y lloro de rodillas ante ti, pues te me descubres así, como el dulce sol de la mañana, como la brisa fresca que entra por la ventana, como un infantil asombro.
Sólo necesito dos palabras que salen de lo más profundo del corazón que tú has abierto, que son principio y final al mismo tiempo, que me suben como flores por el pecho:
Te Amo.
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