Anoche soñé que me hablabas.
Decías que querías verme, y yo respondí a malas.
Te juro que no me fijé en el nombre, últimamente hay muchos bucaneros que quieren asaltarme y nunca me habría imaginado que tú me escribirías.
En cuanto me di cuenta intenté remediarlo, sé que tengo que apechugar con mis errores, con mis impulsos y actos.
Y no siempre sale bien.
Pero supongo que al ser un sueño la suerte estaba de mi lado.
Y te vi, ahí, con esa sonrisa y esas ganas de vivir, con esa bandera pirata que no sueltas nunca, como querría que no me soltaras a mí.
Luego me desperté y lo único que supe hacer fue ponerme a redactar esto, ya que no puedo dibujarlo sobre tu piel.
Eres pura inspiración, que me atrapa hasta en sueños y, posteriormente, no me deja volver a dormir.
Ahora solo espero ese mensaje en cualquier momento en el que un pellizco duela, pero no llegará.
Sé que no llegará.
Esto es una carta al vacío, nunca la recibirás, y si la escuchas no sabrás que va por ti, por ese que hay debajo del sombrero, que tiene nombre de ciudad y, aunque no lo sea, con sus palabras encendería cualquiera.
Podría recordar todos los labios que he besado, todos los cuerpos que he visitado, pero no serviría de nada, ninguno fue como el tuyo, ninguno me conquistó tan bien.
Tu vida está hecha, y siendo una estocada directa a mi incandescente corazón, sé que jamás estaré en ella.
Jamás podré pasear contigo, ir a un bar a tomar una cerveza o un café en tu compañía.
Jamás podré besar esos labios de nuevo, ni acariciar tu cuerpo mientras te abrazo.
Jamás podré ver una película a tu lado en un domingo aburrido convirtiéndolo en inolvidable y, cuando menos, divertido.
Jamás perdonarás que la cagué.
Jamás me verás de otra forma, y duele.
Duele mucho, pero mi alivio es que siempre podré escucharte pese a que tus palabras no vayan dirigidas a mí.
Así que viviré con ello, seguiré admirándote en silencio.
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