Se me antoja dislocar las agujas de ese reloj que desde hace un tiempo no me cuenta los segundos, solo me cuenta cuentos chinos. Como puedo me trepo a la flecha que da los minutos, erguida hacia el norte, tomo la soga que llevo entre los dientes y en su pico doy unas cuantas vueltas y amarres. Me lanzó entonces en picada, en caída libre, hacia la flecha de las horas, apuntando hacia el sur. Qué vértigo ni que nada. Le hago algunos enredos de la cuerda, nudo marinero y ahora solo me falta lazar la flecha de los segundos. Haciendo alarde de habilidades de rodeo ─que no poseo─ lanzo la cuerda, apuntando a atraparla en el este exacto, a eso de las tres, aunque apenas va por el uno; y con mi mala puntería, de pura chiripa la he lazado a unos pasos del dos. Con habilidades gimnásticas ─que no sé de donde han salido─ me deslizo en sentido contrario, hacia la flecha que he lazado. Le doy unas cuantas vueltas más, y me dejo caer de nuevo. Cierro los amarres en un clavo oxidado clavado en el piso. Les he hecho un enredo a las pobres agujas del tiempo, que ni yo mismo me entiendo.
Con el tiempo así maniatado, observo a través del cristal de esa cafetería urbana de moda que está en la esquina de la cuadra. Allí estás tú. Tomas un café muy caliente sin siquiera parpadear, tus ojos absortos en ese libro de Dostoievski que nunca pude terminar. Tu mente divaga por las calles de San Peterbursgo. Mientras mis ojos divagan por los arcos de tus cejas, por los senderos de tus labios. Y mis labios se posan en el rosa de tus mejillas. Tu atención está en ese miserable ser humano, que por una necesidad mal entendida, y azares de la vida, una mala indecisión de un segundo se convierte en vil asesino. Mi atención recorre los valles de tu pelo, los parajes de tu cuerpo, y se zambulle en lo profundo de los mares de tus ojos. Y en la contemplación de la humedad que el último sorbo de café deja en tus labios, te beso.
En ese instante eterno que dura ese beso, algo se resquebraja en los augurios del tiempo. Forcejean las agujas maniatadas, lentamente, se mueven hacía adelante, con paso inexorable, van rompiendo esa cuerda por cada uno de sus hilos y de pronto, son totalmente libres; como siempre, el tiempo corriendo a su antojo.
El rojizo color de fondo se difumina, y un centelleante color verde lo sustituye. El eco de un centenar de bocinas destiempla mis oidos y desvanece la melodía del beso. Mi pie derecho, por inercia mecánica libera el pedal del freno y presiona a fondo el pedal de acelaración. Pasaron las seis en punto, y un minuto después allá voy, a cien kilómetros por hora tirando fuerte de los bordes de este sueño de ensueño y me alejo por la autopista infinita que me lleva a todos los instantes, a todos los momentos, a todos los futuros en que tú, no estás conmigo.
@SolitarioAmnte
v-2017
96 lecturas prosapoetica karma: 76