Sentado en el pupitre de aquella aula universitaria, no imaginaba lo que el minuto siguiente me deparaba. El día era de su gris habitual, los rostros usuales, los mismos latidos, el aire sin sabor.
De pronto, una llama de color, una chispa de aroma, un dejo de sonido, otra esencia. Apareces tú, pasando por la puerta, buscando tu salón. ¿Por qué volteé a ver a la puerta en ese preciso segundo? Nuestras miradas tejieron un chal que nos abrigó por unos segundos. Nuestros látidos se suspendieron un milisegundo y se sincronizaron. Sentí tu mirada penetrando hasta el centro de mi alma y te juro, que me amó en ese instante, tu mirada. Sentí la mía viajar cien millones de años luz hasta el centro de tu universo y contemplar el bing bang de nuestro cielo. Te aseguro que te amó una vida entera en ese instante, mi mirada.
Te supe el amor de todas mis vidas.
Que garbo el tuyo, que presencia de actriz intemporal, del mejor cine de todos los tiempos. Me sentí pequeño, y me sentí crecer; inflado por un amor muy ancho, sumamente largo y excesivamente profundo.
Salí del salón a toda prisa, como ráfaga de viento. Fingí que te conocía de la secundaria. Te saludé por otro nombre. Te pregunté como habías estado estos años que no nos habíamos visto. Me llenaste de explicaciones para convencerme que estaba equivocado, que te confundía con otra persona. Te repliqué con toda mi astucia sobre el increíble parecido; que hasta la voz era la misma, que solo te habías cambiado el corte de pelo y que esos años te habían sentado tan bien; que hermosa te habías puesto.
Me sonreías amablemente tímida. Y tu mirada me amaba y la mía te correspondía. Nuestros ojos suspiraban. La olas de tu pelo llegaban a la orilla de mis dedos que no se atrevían a tocarlas. El sabor de tus labios era de frutos de primavera, lo supe sin probarlos. El vaho de tu piel era el de una isla virgen en los confines de un océano aún no descubierto, lo supe aspirando y eliminando en mi mente el aroma de tu exquisito perfume.
El tiempo, la vida, el universo se confabularon a nuestro favor. Fuimos los mejores amigos y ya te amaba. Nos hicimos novios y te amaba más.
Luché todas las batallas nórdicas, las cruzadas europeas, los combates tribales, todas las guerras de las galaxias. Contra tus padres, contra las circunstancias, contra nosotros mismos, para hacerte mi esposa.
Le gané todos los argumentos a mis dudas, injerté certezas invencibles en las tuyas. Hice un batido de todas ellas, con yogurt, fresas y moras; y lo bebimos a la luz de una luna llena de esperanza.
Te amé todas las vidas que dura un ser humano bajo todas las lluvias y soles de vicisitudes. Peleé todas nuestras riñas y trifulcas con lanzas de juguete, con balas de salva; esquivé la furia de todas las necedades, las tuyas, las mías, las nuestras.
Te amé, me diste hijos. Los educamos, los vimos crecer. Caminamos todos los kilómetros de playa que tiene la vida para una pareja tan enamorada.
Fuimos millonarios en nuestra vida modesta. Revolucionarios, una pareja inseparable en un mundo abarrotado de relaciones fallidas.
Fuimos compañía en el lecho de muerte. Fuimos nuestra vida, todas nuestras vidas.
─Jovencito, ¿como resolvería usted esta ecuación de termodinámica? ─dijo el catedrático-. Regresé al punto de partida, al mundo sin color, sin tu fragancia, sin tus besos de frutos de primavera, sin guerras ganadas, sin voluntades conquistadas, sin ti.
@SolitarioAmnte
iv-2017
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