“Y al polvo volverás”;
eso, un libro sagrado dice.
Ayer estuviste con nosotros,
nos enseñaste a sonreír a
pesar de los problemas.
Trabajaste día a día sin excusa
alguna para faltar.
Llegabas a casa sonriendo con
ese olor a galleta y pan… y sí, nunca
en la mesa llegaron a faltar, gracias
a ti.
A tu vida no le quisiste dar
complicaciones, -satisfaciendo
a un esposo-, fuiste libre
y decidiste darle otro sentido.
Tus hijos no nacieron de tu vientre,
éramos nosotros, tus sobrinos
y todo aquel que por tus consejos
se dejaba orientar.
Por muchos años te fuiste de casa
para llevarles a otros la enseñanza
de la Verdad, dándoles una bella
esperanza.
Cuando volviste, los brazos de tus
hermanas, abiertos estaban, esperando
de ti todos aquellos relatos y experiencias
que viviste en otras tierras.
Fuiste siempre sonriente, y tu bella
dentadura, la luciste como un diamante
montado en una pieza de gran valor.
Cuando tus años de mocedad, no
daban a tu pequeña cintura credibilidad
y a esa larga cabellera de color castaño,
hasta el viento te acariciaba con suavidad.
Pero el tiempo aunque quieto esté, nosotros
viajamos a través de él, y el otoño hizo
una escala de muchos años en tu vida, hasta
que el invierno llegó.
Te cansaste hasta de respirar,
tu cabeza estaba cubierta de nieve,
y tus ojitos casi se cerraban cuando
aún habian rayitos de sol.
Por fin, un día acostada en tu camita
le diste las buenas noches a la vida
y pensaste seguramente en esas
palabras “del polvo fuiste formado y
al polvo volverás”
Hoy ya no estás aquí con nosotros,
pero vives en nuestras memorias
y me pregunto ¿dónde estás ahora?
Pues polvo eres y a la tierra volviste,
donde nacen y crecen las bellas
flores, de los campos inmensos, donde
un día despertarás de ese largo sueño
y correrás a buscar los brazos de tus
seres amados...
Letizia Salceda,,,
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