En un piano están tocando lo que ahora voy a tratar de describir.
Alguna vez fuimos los que se encontraron y no tardaron en perderse para siempre. Los que no llevaban la cuenta hacia adelante ni contaban los momentos de esos victoriosos pasados que arrastrábamos orgullosos, junto y al pie, de nuestras huellas.
Porque nos nacimos de manera natural, sin saber que aullábamos a la luna y ella respondía con mirada sórdida e incrédula lo que apenas entendía de nuestro confuso vocabulario.
Ahora, el tiempo nos ató en rebeldía y el orgullo, mientras tanto, plancha las hojas que escondemos por mojadas. Ya no vamos hacia donde no nos llaman ni llegamos enteros de improvisos ni a pedazos. El miedo es un viejo que, a veces, aún en su senilidad, aconseja atinado. Otras, el pobre anciano repite lo que escuchó de la vida o creyó interpretar de sus cansadas gestas, en sus agrietados gestos, en la voz de su tiempo y en ajenos. Nosotros, clavados en el primer instinto, dudamos si entrar en batalla o abandonar las armas del valor antes de alcanzar el paso siguiente. No saber si espantarlo o arrullarlo, si creer en sus siglos o reventar con un nuevo intento, es sólo una parte de las notas que comienzan con una melodía al azar. El resto, son los retoños del alma atados a las cuerdas tensadas para soltarse completa buscando el destino de su mitad.
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