Resbala
por las ovales aristas de su figura
el ropaje del embrujo novedoso,
desnudando los contornos del cuerpo
y los confines del alma.
Aquel vestido de ardores primitivos,
discursos seductores,
cortejo y galanura…
Un terno de brillos en los ojos
y cómplices miradas,
de sonrisas nerviosas,
delirantes,
del bobalicón rictus de la felicidad
y de los futuros ilusionados.
Se desliza,
liviano en su caída,
reincidente y sin remedio,
con sus reproches,
sus enojos,
su irritante discrepancia,
y su tediosa desazón.
Muestra,
en su desplome,
la estentórea inmediatez de la pasión,
su cruel fugacidad,
el montaraz hastío que la prosigue,
el pesado aburrimiento,
y lo más amargo,
la perpetua cotidianeidad.
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