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Riqueza

Nadie ha habido más rico en este mundo
que yo ahora, contigo, rescatado
de mi mundo infeliz, ya desvelado
como un vil vaso de agua en que me hundo.

Si no es por tu áureo amor en que refundo
mi existencia de acero desgastado,
al vicio del dolor, acomodado,
aún recaigo en su abrazo tremebundo.

Contigo es todo nuevo y diferente;
nunca supe que púrpura y armiño
me envolvieran real y dulcemente.

Y es real tu mirada enamorada,
y es todo cuanto quiero tu cariño...
Soy rico porque no me falta nada.
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Años luz de curiosidad

Yo soy más de los que se suben a una estrella a contemplar el horizonte del universo.

La otra vez, ya siendo bien viejito, encontré en mi desván un costal arrugado y raído; lo desarrugué lo más que pude, lo puse en la orilla de la entrada del agujero negro; el que está en el centro de la Vía Láctea; con calma y cuidado lo coloqué y me senté sobre él. Me persigné (y eso que ni soy católico); y asido fuertemente de sus orillas, me dejé deslizar hacia dentro.

No sé cuanto duró el viaje. Recuerdo que en la trayectoría, vi pasar todas las vidas posibles que pude haber vivido. En una, me casé con mi primera novia, tuvimos tres hijos, fuimos felices, morí de un infarto a los ochenta y nueve años; ah, como dolió el bandido infarto; como mano invisible que te estruja el corazón sin clemencia alguna. En otra, nunca me casé, tuve todas las amantes que quise, no tuve hijos; no estoy seguro, pero parece, que de otra forma, también fui feliz; morí a los sesenta y nueve años, luego de quedarme dormido la última noche, un paro respiratorio dijo el médico; la verdad, ni lo sentí. En unas vidas fui groseramente millonario, infeliz en casi todas ellas; parece que en las que fui feliz, ayudé mucho a los pobres. En otras vidas fui un aventurero, disfruté de las artes y todas las pequeñas cosas de la vida; vi los mejores amaneceres, contemplé a detalle incontables atardeceres; disfruté de las primaveras; todos los otoños fueron espectaculares, en los inviernos ni siquiera sentía tanto frío, tibios rayos de sol me acariciaron tantos veranos; morí muy en paz, casi en todas ellas; también fui feliz.

Cuando el viaje terminó, intensos rayos de luz, enceguecedores, se me clavaban como estalactitas en los párpados de mis ojos; pues, cerré los ojos, obviamente. Creo que me desmayé por su intensidad destellante. Al despertar, estaba en la sala de un hospital; a mi izquierda estaba una bebé, con sus mejillas muy redonditas y rosaditas, bien dormidita; a la derecha un bebé, con sus ojos grandes y rendondos, observándome fijamente, bostezó. En el medio, estaba yo; no tardé mucho en descubrir que no podía hablar; todas las palabras que había sabido, se desdibujaban de mi mente; todos los recuerdos, de todas las vidas vividas, se borraban. Era un bebé, a punto de conocer a mis padres; comenzar todo de nuevo, otra vez.

La otra vez, estaba tomándome un café bien caliente, en el lado oscuro de la luna; que es un lugar muy frío por cierto. De pronto, vi venir un cometa a una velocidad alucinante; de la emoción, lancé la taza hasta el otro hemisferio de la luna, el lado brillante; se rompió en siete pedazos. Como pude, di un salto cuántico y me encaramé en el cometa. Después de algunas docenas de vueltas en su trayectoría elíptica, me empecé a aburrir. Busqué en su superficie en rincones y hendiduras algo para entretenerme. Encontré su manual de instrucciones; luego de ojearlo un poco, aquí y allá; descubrí como hacerlo cambiar de trayectoría y velocidad. Emocionado, me fui al panel de control; presioné el botón rojo y el azul, el verde y el morado había que presionarlos al mismo tiempo; moví una que otra palanca, y listo; nos fuimos rumbo a la galaxia vecina de Andrómeda, casi a velocidad luz. Fui a conocer sus soles más brillantes, sus mejores lunas y los planetas más excitantes; y pasé a saludar a uno que otro cometa que deambulaba por esos rumbos.

Después de unos cuantos años luz, empecé a extrañar mi hogar, decidí regresar a casa; enfilé rumbo al desierto del Sahara y me fui a tomar unas piñas coladas a un oasis muy popular.

La otra vez, encaramado en mi estrella favorita, contemplando el horizonte del universo; me asaltaron las dudas, así, a mano armada y todo. ¿Y si hay otro ser, parecido a mí; al otro extremo del universo, encaramado en otra estrella similar; haciéndose preguntas semejantes a las mías? Las preguntas aparecían y aparecían, como palomitas de maiz explotando en la olla de mi cabeza. Y luego de tantas preguntas sin respuesta, descubrí la pregunta primordial, la central; o quizás, la que envuelve a todas las demás. ¿Y si no me estoy haciendo las preguntas correctas?

Tengo una curiosidad de años luz de longitud. Quiero observar y descubrir los secretos que yacen en todos los confines del universo; sin embargo, tengo apenas un telescopio viejo y destartalado; de lentes fabricados con córneas de murciélago miope; opacos, sucios y rotos.

Yo soy más de los que se suben a una estrella a contemplar el horizonte del universo.

@SolitarioAmnte
iii-17
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" Pobres..."

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Claro que éramos tan pobres
que hasta los afortunados nos envidiaron
sin entender que la riqueza más grande
es la que nos mira con amor cada mañana
y no puede comprar ni vender
y no pudieron pagarnos…

soundcloud.com/lola-bracco/nos-envidiaron-corto (Lola)

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Perder para encontrar

Solo en el más absoluto caos
he encontrado la tranquilidad
Solo en la pobreza
he podido encontrarla verdadera riqueza
Solo en la tristeza
he entendido la felicidad
Solo en la hostilidad
he aprendido a valorar un gesto amable
Solo con el aprendizaje
he podido admitir mi propia ignorancia
Solo con el paso del tiempo
he entendido mi pasado
Solo en la soledad
he podido encontrarme cara a cara conmigo misma
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Háblame de riqueza

Me quieres hablar de riqueza cuando lo tienes todo en casa
cuando no hay mayor tesoro que el sentir que tu mamá te abraza
cuando no hay fortuna que se compare al tener a los tuyos sentados en la mesa
y que irónico saber que pagarías todo por revivir eso pero ves que el tiempo pasa.

Me quieres hablar de millones cuando no sabes el valor de un consejo de tu viejo
evitando que cometas errores en base a su experiencia para que no seas un pobre pendejo
puedes ser el más rico del planeta si,pero sigues luciendo miserable frente a un espejo, ¿no te das cuenta ?

Me quieres hablar de lujos cuando no hay nada como tener a tu hermano
sí, el mismo que en ocasiones matarías pero que siempre está cuando tu mundo se desploma para darte la mano

Me quieres hablar de los dígitos que hay en tu cuenta de banco
cuando eso se queda en nada si tienes la dicha de poder ver a tus abuelos
sí, los mismos que te cuidaron y por ti se sacrificaron tanto
los que la vida se llevó y que desde arriba te cuidan porque emprendieron otro vuelo...

Ahora dime, ¿quieres seguir hablando de riqueza?

José Pablo Sarango Ortiz
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Crisis cíclicas y recesión

La niña no estaba preparada.
La niña no quiso nunca estar preparada.

Tiempos difíciles, en tiempos remotos
madre siempre se lo decía, le advertía:
“no somos como ellos, nunca seremos como ellos”
Y nunca lo entendía, ¿qué se supone que los diferenciaba tanto de ellos?

Tuvieron que venir años con más años,
cargados de días donde estaban con el dinero con cuentagotas,
dosificando el dinero,
maximizando el grisáceo de sus ojos,
con la espalda cada vez menos erguida,
con las manos de madre cada vez más desgastadas,
con la ilusión cada vez más tenue,
madre les advirtió.

Tiempos difíciles, ya pasarán.

Cuando el dinero salía por la puerta,
el amor de la madre nunca saltó por la ventana,
y con ella su lema de siempre:
“no somos como ellos”
y cuando pasaron los años,
y la niña empezó a anclar los pies en la tierra,
y a abrir bien los ojos y apretar bien el puño,
madre ya no adornaba sus palabras:
“hija, somos pobres y ya está”.

La niña detestaba las palabras de madre,
ella se negaba a encerrarse bajo ese lema y no poder escapar de él,
pero cuando los tiempos difíciles nunca pasaron,
cuando vinieron semanas acompañadas de facturas,
de deudas,
de despidos,
de cuentas en rojo
y demás
cuando vio que los días más fríos del invierno
se arropaban con mantas de siete euros
y si acaso,
un edredón,
porque otra factura más era un suicidio económico.
En esa casa no había calefacción, había el calor de la madre.
Cuando vino todo aquello, y seguía viniendo,
la niña empezó a comprender.

Cuando la niña vio que las crisis cíclicas,
esas que tanto estudiaba y criticaba,
llevaban años hospedadas en su casa
dícese recesión y depresión,
y lo segundo caló más hondo,
en dinero y corazón.

Cuando madre enfermaba por trabajar en exceso,
cuando los suspiros eran largos y agrios al ver los papeles con números,
cuando el miedo al abismo
y el miedo al porvenir llenaba la casa de malos espíritus,
madre encendía sus velas y rezaba al Santo de los pobres y afligidos,
porque así era su día a día,
pobre y afligida,
y las velas daban un poco de luz y esperanza en esa alcoba oscura y fría.

La niña empezó a abrir los ojos para no poder cerrarlos nunca más,
y se extinguieron los sueños superficiales,
y perecieron las apariencias,
las ganas de aparentar,
las ganas de parecerse a ellos.

Comprendió después de años con días de suspiros amargos,
después de semanas de carritos de compra casi nunca llenos,
después de esas vacaciones que nunca tuvieron,
comprendió las palabras de madre,
comprendió quiénes eran ellos,
comprendió porqué no eran como ellos.

Barrotes invisibles,
limosnas que les escupían mientras ellas tenían que mostrarse gratas,
y serviciales,
sobre todo lo segundo,
y atrévase alguna a rechistar,
que bastante les daban ya,
de sobras tenían ya,
encima para que se quejen,
"estas inmigrantes…"

De las sobras vivían cierto es,
las ojeras crecían y crecían,
prosperaban como la riqueza de ellos,
y empezaron las pastillas para dormir,
y los contratos inexistentes,
y si el Santo de los pobres y afligidos había escuchado las oraciones de madre,
las bendecían con contratos temporales,
los servicios sociales, la mala conducta,
y el afecto,
que cada día era más escaso,
como el pan,
y el trabajo.

Le costó años, y días de sabor acre,
llantos y la escasez de cariño
recetas médicas para la espalda y la ansiedad,
pero finalmente la niña comprendió todo.

Y no fueron los libros,
que también,
no fueron las teorías y ensayos escritos por esos sabios con barba del siglo XIX,
no fueron los documentales ni los libros de teorías políticas y económicas
lo que hicieron a la niña detestar el sistema,
no fueron las letras las que germinaron en ella las ganas de ver perecer este sistema
despiadado e inhumano que masacra a diario la cotidianidad
y la alegría
y el afecto de las madres y las niñas.

El espíritu revolucionario nació en la niña por lo que ella había comprendido esos años,
por las palabras de la madre,
por todo lo que había contemplado en esos días amargos,
por ver las velas del Santo siempre prendidas,
y por arroparse del frío siempre con el lema utópico de "son tiempos difíciles, ya pasarán".
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sin comentarios 74 lecturas versolibre karma: 45