Guardé tú voz en algunos rincones; debajo de un mueble, en un par de cajones, sobre el dintel de mis ventanas y un sinfín de refugios más.
En la guantera del auto junto a un cargador portátil que no sirve, bajo una maceta con helechos, en mi taza de café, en un cofre marroquí, detrás de una piedra de sal, entre el verde de mi jardín. Bajo el polvo de una vieja alfombra persa, en el cuento de Aladdín, en un campo vestido de abrojos, dentro de esa rosa azul cerca del blanco jazmín. Entre mis zapatos favoritos y esas ojotas con las huellas dentales del cachorro y las uñas tan cuidadas del gato, en el vestido que ya no me queda, en la caja de medias solitarias, junto al jabón que me hace estornudar. Dentro de ese almohadón que siempre abrazo, en la panera vacía por las dietas, en el lío donde mueren ahogadas mis carteras, en la tabla de planchar y las arrugas que no quita. En esas películas que nadie mira, en mi lista de canciones por tararear, en el tabaco de mis cigarrillos, en los dedos de mis lentes. En las primeras hojas de ese diario que jamás escribí, entre las servilletas de papel que encuentro por toda la casa llenas de tachones. Dentro de la luz de la heladera cada vez que busco un dulce, en el chocolate de mis antojos. Entre un momento y otro, en lo rojo del vino, en mi vaso de agua medio lleno y en el medio vacío también, en las tormentas, dentro de ese florero sin flores, en la helada de las mañanas, bajo el sol de las tardes que quieren oler a primavera. En un sobre pegado al buzón y sin remitente conocido, dentro de la luna después que bostezó, en la punta de una estrellas muy lejana, en el ombligo del mundo. Detrás de mi sonrisa, bajo el peso de mis ojos, en mis dolores de panza, camino a mi columna vertebral, en la planta de mis pies.
Y ni siquiera sé si son suficientes, si tienen la experiencia necesaria para mantener los tonos de un color transparente como el pensamiento que conlleva tú voz.
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