Pinto con los colores de su habitación
en un cuaderno pequeño
pero atestado de recuerdos.
Tantos recuerdos felices,
mínimo uno por día
durante los últimos diez años.
Al principio pensaba
que bailar con tus zapatos
sería una tarea imposible
… y lo sigue siendo.
Porque puedo adivinar tus reacciones
pero tu mente, sin embargo,
sigue siendo un misterio
que no resolvería ni con el Enigma de Alan Turing.
A veces lo único que puedo hacer
es asentir cuando bailas,
intentar llevar el ritmo correcto
y decir que todo va a salir bien.
Pero pierdo el compás durante un segundo
y te enfadas
por alguna tontería.
Pero nunca dejamos de bailar,
y me muevo de izquierda a derecha
intentando esquivar mi trágico sentido del ritmo.
Y, algunas veces, termino agotado
por no saber esquivar tus golpes
o adivinar tus deseos,
el cariño que necesitas
o cuánto necesitas rechazarlo.
A veces pienso
que para estar conmigo
ha sido para ti condición necesaria
poner a régimen tus deseos.
Y mira que he escuchado veces la misma canción.
Y siempre pierdo el ritmo,
sólo por cuestión de milésimas de segundo
se me escapan entre los dedos
como la niebla
que cubre tu masa gris.
Ahora somos tres,
todavía más zapatos.
Joder. Me cago en la puta.
Es imposible ponerse unos zapatos tan pequeños
sin perder la paciencia.
No obstante,
conseguimos momentos plastidecor
en que surge lo inesperado:
todos nos quitamos los zapatos
y bailamos la misma canción,
cada uno a su ritmo.
Se me cae la baba
cuando nos mira
y estalla en carcajadas.
No me digas que a ti no.
Mejor no digas nada,
no digas nada más.
Porque ya lo has dicho todo.
Permaneciendo a mi lado
frente a mí,
contra mi pose de poeta maldito
con ínfulas autodestructivas.
Me has enseñado a ser feliz,
por mucho que me resista a ello.
Me has enseñado
que no siempre es necesario
esperar lo inesperado.
etiquetas: amor, paternidad 152 lecturas versolibre karma: 80