Se oxidan
los días contados,
uno a uno,
en un monólogo interminable,
eternos soliloquios
y discursos gaseosos.
Aprendí el mundo, y después,
aprendí a olvidar lo que aprendí,
sólo para poder tropezar de nuevo
y decidir que no soy yo
sino la vida la que está equivocada.
Días cantados, contados
con la voz de Fernando Alfaro.
Letras que hacen que mi cerebro sangre
hasta purificarme
y volver a ser un niño
que no piensa en los días que han pasado
sino en los que están por venir.
Ya no pienso en mi próximo cumpleaños.
Pienso en los amigos que vinieron en año pasado
y en los pocos años que quedan para que no venga nadie
y en lo poco que esto me hubiera importado
si la culpa no fuera mía y sólo mía.
Porque ayer decidí que hoy me comería al mundo
sin hacerme una idea de lo que pesaría mi cuerpo esta mañana.
Porque hay noches que vuelo más alto de las nubes,
en las que me niego a dar un paso atrás,
y trágicas revelaciones al despertar,
cuando la lluvia entra por la ventana
y no puedo levantarme a cerrarla
y sólo me queda esconderme en los sueños
que no hablan de grandes metas
sólo de soledad y adicciones,
que me invitan a escapar,
salir por la puerta de atrás
dejando abandonadas todas las vidas que imaginé,
muchas de ellas podría haberlas vivido
pero qué más da, para ello tendría que levantarme
y, con todo lo que pesa este desencanto,
empiezo a sentir que no merece la pena.
Porque soy así, Dios y un ser inexistente,
capaz de todo
a ratos brillante, divertido y vitalista.
Qué feliz cuando todos esos proyectos parecen posibles,
qué feliz ahora mismo soñando despierto
totalmente ajeno al mañana
cuando vuelva a tatuarme en la frente
la certeza del fracaso.
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