Observo el suicidio
de la bandada errante
de gaviotas inquietas
ante mi ventana.
El mar las ha traído
vomitando saña,
con aspavientos quebrados,
para que yo rescate su llanto
de guturales sonidos
que me sobrecoge.
Ya se alejan.
Tornan al océano,
tan amado, tan odiado,
para redimir sus alas rotas,
y posarse en la bravura
del cielo ceniciento sobre el oleaje.
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Un abrazo, querida poeta!
Ahora lo voy a ver...