Despeinada y encendida
si aún me emborrachara,
sería tu número
el que marcaría de vuelta a casa,
y mis dedos decididos
te buscarían inevitablemente.
Ya no habría cama de noventa
ni habitación sin ventana,
pero nos quitaríamos la ropa
con las mismas ganas,
hilvanando madrugadas
con tus manos en mi cuerpo
nuestras lenguas
doblarían las esquinas del tiempo.
Si en lugar de escribir,
nos deslizáramos de noche
por los tenues bares de barrio
“donde fuimos los mejores”,
apurando la cerveza
me lanzaría a tu yugular,
como una noche de abril
cuando dejamos de dudar.
Y sí,
tus besos seguirían causándome aquello
que subía por mis piernas,
electrizante,
intenso
y aún despertaríamos en mitad de la noche
para enredados
seguir apagando nuestro deseo insomne.
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