Al pie del verso
se postra la palabra etérea
que impulsa su vuelo
para reencontrarme.
Aspiro a poseer
esta entelequia tan real,
hasta que me percato de su innata libertad,
cual si fuera un Juan Salvador Gaviota
de nuestro tiempo.
La ráfaga de vocablos bellos
y su caricia
parece querer tocarme,
pero, al instante, se dispersa,
y me vuelve a abandonar.
Tras la huida,
languidece mi voz y se apaga.
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Un abrazo fuerte, María José.
Tras la huida,
languidece mi voz y se apaga.
Saludos