Hace muchos inviernos ya, se le ve a diario desde el alba, hasta la noche oscura, siempre buscando, desesperada, no extiende más sus alas, no busca un rayo de sol, tan solo acicala su tibio cuerpo tratando de hallar rastros, respira hondo y ahoga su lamento.
Ya no se escucha más su voz, solo un chillido garrasposo en la madrugada y antes de volver a casa.
Es un alma congelada, cubierta por el polvo, y el peso frío de la muerte.
Aún abatida por el dolor, incesante busca ínfimo rastro; gotas de aceite que desinflamen recóndita huella, el recuerdo de una sonrisa que pueda devolverle alguna razón para volver a cantar. A punto, tan solo a un paso de rendirse, cuando una extraña sensación en la cabeza la distrae, busca con sus dedos y ¡oh! sorpresa, se escucha algo parecido a un susurro de felicidad, es una semilla; y trae consigo el recuerdo y la alegría del último juego con su amado hijo, la aprieta contra su pecho mientras sus ojos desbordan gordas lágrimas, suspira y solloza, y un crujido que sin duda alguna ha sido el corazón.
Un crudo invierno más, y en medio de él, esa bella madre luce hermosa con su corona de dolor.
27/04/2020
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