Cuando la blanca luna más calienta,
por mi morada vaga siempre un hombre
vestido con mi traje y con mi nombre.
Se dirige al balcón, donde se sienta
a la espera de un tren de doce pisos,
y contempla el silencio que lo envuelve
en la extraña estación resbaladiza.
Se fuma la ciudad, triste y ceniza,
y nunca coge el tren que nunca vuelve.
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