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Résistance

Cuando ese soldado me miró a los ojos, no observé odio en su mirada, tan solo pude percibir tristeza. Quizá le recordara a alguien, o simplemente fuera la compasión de ese hombre lo que me salvó la vida. Mucho tiempo después lo descubrí.

«¡Todo despejado!», gritó a sus compañeros mientras bajaba su fusil y me hacía una señal para que guardara silencio. Luego, sacó un pedazo de chocolate del bolsillo de su guerrera y lo dejó en el suelo. Minutos después, los soldados se marcharon, no sin antes requisar lo poco de valor que teníamos en casa. Cuando por fin pude salir de mi escondite, descubrí el cuerpo sin vida de mi padre en medio de la sala principal de nuestro humilde hogar. Todavía estaba caliente, y a pesar de haberme arrebatado lo único que me quedaba en este oscuro mundo en guerra, no pude derramar ni una lágrima por él. Tenía tan solo 15 años, y de la noche a la mañana, la crueldad de los hombres me había dejado huérfana.

Meses más tarde, y después de varias semanas trabajando para la Resistencia, el destino hizo que ese soldado, el cual me había perdonado la vida, y yo, volviéramos a cruzar nuestros caminos; Rolf, creo recordar que se llamaba.
Tras sorprender a algunos soldados que realizaban tareas de requisa en la zona, y después de una corta pero intensa refriega, donde abatimos a seis de ellos, conseguimos hacer prisioneros a dos. Interrogaríamos a los prisioneros, pero no serian fusilados; por el momento.
Después de obtener toda la información que necesitábamos a cambio de sus propias vidas, hablé con Rolf. Al preguntarle por qué había salvado mi vida, su respuesta me hizo cuestionarme todavía más toda esa maldita guerra sin sentido. El prisionero me habló en un tono tan tranquilo y cordial, que retumbó todo a mi alrededor:

-La guerra no la elegí yo, sabes. Ni tan siquiera debería haber empezado, y al verte..., me recordaste tanto a mi hija. Se llama Astrid. Ella y mi mujer me esperan en casa, y algún día, si esta maldita guerra lo permite, espero regresar a su lado. Siento lo de tu padre; yo no soy un asesino.- Al prisionero se le inundaron los ojo de tristeza mientras me miraba.

- Me llamo Simone.- Dije mientras salía de la celda donde se encontraba el soldado retenido.

Las palabras de aquel hombre me habían transportado por unos segundos a un tiempo feliz, mucho antes de las bombas y la muerte. Después, cerré la puerta y me apoyé en la pared. Esa fue la primera vez que pude llorar por la muerte de mi padre.

etiquetas: microrrelato, relato, historia, ii guerra mundial
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