Padres del mundo,
sabed
que el alma también se acatarra
con un virus feroz,
que cuando no mata
desgarra.
Padres del mundo,
intuid
que hay también inviernos helados
en los cuarenta grados de agosto.
Y hay vientos huracanados
que congelan los corazones
que juegan
desabrigados.
Padres del mundo,
entended
que no hay jeringuilla ninguna,
ni jarabe, ni pastilla,
ni espray,
donde condensar la vacuna
que les dé la inmunidad
para su primeriza
luna.
Padres del mundo,
encontrad
bufandas para la autoestima;
tejed a mano jerséis
que mantengan su calma caliente;
y nunca jamás les dejéis
exponerse en soledad
al frío más punzante
e hiriente.
Padres del mundo,
velad
y al ver las primeras fiebres
tiene que verlo el galeno.
Y, por lo demás, ya sabéis:
caldo de gallina y amor,
mantas con gran comprensión,
paños impregnados de ayuda
y mimos para
el corazón.
Padres del mundo,
cumplid
con vuestro oficio
más sacro.
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