Despeinada y encendida
si aún me emborrachara,
sería tu número
el que marcaría de vuelta a casa,
y mis dedos decididos
te buscarían inevitablemente.

Ya no habría cama de noventa
ni habitación sin ventana,
pero nos quitaríamos la ropa
con las mismas ganas,
hilvanando madrugadas
con tus manos en mi cuerpo
nuestras lenguas
doblarían las esquinas del tiempo.

Si en lugar de escribir,
nos deslizáramos de noche
por los tenues bares de barrio
“donde fuimos los mejores”,
apurando la cerveza
me lanzaría a tu yugular,
como una noche de abril
cuando dejamos de dudar.

Y sí,
tus besos seguirían causándome aquello
que subía por mis piernas,
electrizante,
intenso
y aún despertaríamos en mitad de la noche
para enredados
seguir apagando nuestro deseo insomne.

Gracias por quererme,
me arropaban tus pestañas;
por escucharme,
tu atención encendía mi voz;
y tus besos...
nunca probé nada mejor.

Gracias por traicionarme;
probé mi propio veneno,
por marearme;
se aclaró mi confusión,
y al encerrarme
recordé que tengo alas.

Y eché a volar...

¿Recuerdas cómo empezó todo?
Cruzábamos la puerta
ávidos de oxígeno y agua,
sólo para retomar fuerzas;
un alto en el camino del esfuerzo
y la tristeza.

Fue sutil engaño:
entrar sedientos de amor
y dejarnos la libertad y los años.
El refugio se tornó cárcel,
la ansiedad nos hacía daño;
de las alas a la tela de araña.

Precioso, el verdadero amor
que conjuga la libertad con cuidado
y no excede límites sanos.
Funambulista en equilibrio
de las emociones no es esclavo,
avanza ligero y diestro sobre la verdad.

Cuando te ahogue
déjalo ir,
si te confunde
déjalo ir,
cuando te ate,
suéltate y déjalo ir,
si te entristece,
llóralo y déjalo ir.

Si está en guerra consigo
ahí no es tu trinchera,
si él no tiene alma
no busques conciencia.
Si ya no eres tu dueña
aún estás a tiempo...
coge tú las riendas,
corre hacia tus sueños.

Cada día me asomo
a mirar nuestras ruinas,
y vuelo sobre el silencio
de un imperio devastado.
El tiempo no cura nada,
esconde los restos,
los cubre de polvo,
los envuelve en lodo.

Pero el silencio,
sostenido en el tiempo
es terciopelo entre mis dedos,
suave brisa sobre mi pelo,
luz del ocaso en mi pecho.
Porque en nuestra guerra
las palabras eran cadena,
y los minutos, hueca espera.

Nos cruzamos en cada pasillo
deshojando toda posibilidad,
nos perseguimos en el laberinto,
con cada muro chocamos.
Sólo quedaba desatar el ovillo
y archivar los besos.

De un callejón sin salida
se sale volando.
De los submundos de tu agonía
di un salto a mi paz.
Pero para volar hacen falta fuerza y valentía
y saber que tienes alas.

Hay páginas que dejas marcadas,
capítulos mal cerrados,
hay hojas que cortan al girarlas,
y letras que cierran párrafos;
después estás tú:
que eres marcada huella,
espejo recurrente de mis heridas,
filo de un cristal precioso,
el renglón torcido de una despedida.

Hay sueños que quedaron en nada,
sueños que parecen verdad,
hay sueños donde nos salen alas
y los que olvidamos recordar;
después estás tú:
que te volviste invisible,
aunque me cuenta mi boca que fuiste real,
tú vienes, vas, echas a volar
y en mi instinto te vuelves a enredar.

Esa calle me grita tu nombre.
La esquina donde me esperabas
mientras bajo al metro,
de reojo me mira,
pero mi cabeza se hace la loca
y la esquiva.

Allí donde nuestros cafés
ahora venden hamburguesas,
¡qué falta de respeto a la lírica!
¡qué poca elegancia!
como la que tuvo el tiempo
con esta historia
sin fin y sin principios
con sinsentidos,
sin contenidos

Por eso me resisto a volver,
porque sin querer
me estampo con un pasado fugaz
que no volverá,
con una vida que no es
y ya no será.

Nos seguimos el juego
nos quemamos enteros
vimos el abismo desde lejos
y corrimos hacia él como ciegos...

Yo me subí al tren de una vida contigo
tú de nuevo me dejaste para luego,
yo me hundí en el fondo de mi duelo
pero ya no más por ti la mano en el fuego

Miedos,
ruegos,
duelos...
lejos

Soy la brisa que te despeina,
tu pensamiento circular cuando miras la luna,
soy la sorpresa de un arcoíris
y en tardes lluviosas, tu eterna duda.

Podría haber sido los dedos que te peinan,
los ojos que te alumbran,
tu más intensa y fiel rutina
y esa voz dulce que cada día te susurra

¿Cuántas lunas han pasado ya desde tu llamada?
¿Cuántos cajones desempolvados?
¿Cuántos minutos desafiando al tiempo y la distancia?
¡Cuánta nostalgia!

Volviste para recordarme lo que olvidamos:
que nunca dejamos de querernos
que nos faltó el valor
que siempre nos quedará este rincón.

No temas cuando no entiendas
quizá no es el mejor consejo
pero si como yo, necesitas entenderlo
entra,
explora, disfruta, piérdete,
vive y siente.
Habrá dolor, no lo evites
son sólo trampas de tu mente
ahí es donde vives,
un lugar apasionante,
amuéblalo bien y abre las ventanas,
que entre el aire de la calle.

Entre la locura y la cordura
sólo un suspiro,
como de la certeza a la duda,
es corto el pasillo,
deja pasar lo que quieras,
elígelo bien, si lo llamas se queda
pero con el mismo valor,
cuando pese
dale las gracias y ábrele la puerta.
No te tragues el veneno,
no olvides poner límites
abraza fuerte tu centro
y quiérete dulce siempre.

Caminaba segura y con una certeza:
la de haberte dejado ir
pero guardé muy dentro tu esencia
y tú, sutil, te quedaste a vivir en mí.

Y hoy cara a cara nuestros ojos se besan
mientras a mí me da por pensar
-dos cafés como testigos en la mesa-
que pudimos compartir mucho más.

Pero me escapo otra vez del guión
porque nuestros pasos se encuentran
siempre en el mismo callejón:
el de un deseo sin salida.

Entré en tu boca
y como quien salta una ola
me bañé en tus besos
y la calma inundó mis huecos

Buscando razones para odiarte
y lanzarte al olvido,
ojalá las hubiera
todo sería más sencillo.
Algún rencor inventado que no se sostiene
y es que no hay heridas,
tan sólo una certeza:
nos faltaron días
para construir algo más que dulces recuerdos,
para cansarnos
del color de los besos
del calor de tus manos.

Reproches, rutinas, no conocimos
de hastío y mentiras
salimos indemnes
nos faltaron días.
No hubo tormentas, sólo arcoiris
fuimos refugio y calor,
sin tendernos trampas,
tú, mi agridulce sabor.
Dulce el capítulo que compartimos
agria la sospecha:
las páginas que no escribimos
las llevo en vena.

No sé si fue buena idea verte otra vez
porque el tiempo no borró tus lunares
ni el destello de tus ojos en mi piel,
ni esta urgencia que ahora grita.
El viento viene a decirme esta noche
que vuelque el desasosiego en tinta
que derrame este deseo en palabras
que torne tus besos en versos
mejor que volverte a ver.

A tu lado
son los tonos más amables
huele a una nueva mañana
la risa desempaña los cristales
y me crezco en tu mirada.


En esta calle
que nos lleva a ningún lado
es donde quiero quedarme,
doblar las esquinas de tu mano
y escondernos del sol cada tarde.


Entro en casa
mientras te escucho hablar
porque en tu voz encuentro el pasillo
y en tus brazos, el hogar
donde duerme cada noche mi latido.

Que no eres para mí,
mi piel y tus manos,
mi boca en tus labios
se empeñan en lo contrario.

Tú fluyes, yo enciendo
yo vuelo y tú lento,
nunca encontramos tiempo y lugar
siempre buscando el punto y final.

Engañaremos a la razón,
y a este quiero y no puedo
habrá que ahogarlo otra vez
y en agua salada dejarlo correr.

A veces la luna me habla de ti
y tras abrir tu cajón,
descubro que ahí siguen
intactos,
aquellos días tan tuyos y míos, tan nuestros.

Y vuelven tus manos,
tu risa y tus besos
lentos,
y me recreo en tu cuerpo
como si no hubiera pasado el tiempo.

Él decidió por nosotros
nunca nos quiso esperar
tirano y caprichoso,
pero tú y yo, llenos de vida y de dudas
ya le habíamos robado retales preciosos.

Cuando mi mente tropieza contigo
la inundas por días y tu eco
tan intenso,
retumba como las olas
bañando mis sueños.

Y aquí me tienes
tantas lunas después,
tuya e insomne,
porque esta vez no encuentro la llave
y esta vez no cierra el cajón.