Es realmente incomprensible la actitud incívica de determinadas personas que, pese a la gravedad de la situación actual, infringen indolentemente las medidas impuestas por las autoridades para evitar la propagación de una enfermedad con unos números atroces de mortalidad. Desconcierta y sorprende aún más que incluso gobernantes de talla mundial terminen minimizando o, más bien, negando e infravalorando el problema, presumiblemente, por cuestiones económicas.
Mañana me convertiré en isla,
me acompañará la soledad,
me vestiré de silencio
y, lo mismo que la música
que nadie escucha,
no lo proclamaré a los cuatro vientos.
Poco a poco,
me quitaré la ceniza del pecho,
las uñas de los ojos,
las astillas clavadas de la espalda
y este incendio que llevo dentro.
Te aviso sin prisa,
pero con una furia
apretada en los labios
y un llanto almacenado
en la memoria.
Me abrazaré a la erosión
de las piedras negras como suelen
hacer las islas,
me inundaré de olvido
para recordar las playas de la noche,
y me apartaré de un mundo
que envenena igual que la escoria.
No hay vuelta atrás,
no hay cura ni alivio.
De poder elegir,
hubiera escogido
los besos en las tabernas
de la madrugada,
pero tengo que estar sin hacer ruido,
sin causar peligro,
inmóvil, casi desierto,
esperando el aciago golpe de mar
con los brazos abiertos.
©Alejandro P. Morales (2020).
Todos Los Derechos Reservados.
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