Corre la gente hacia el supermercado,
peleas por los carros, pasillos atestados;
y al salir, ufanos, cual guerreros espartanos,
celebran la conquista: lejía, harina, levadura,
papel higiénico, cerveza, vino tinto, latas
de atún, pescado congelado.
Los médicos advierten: faltan mascarillas, epis
y camillas. Se acumulan los dolientes en urgencias.
Fiebre, tos y duele el aire. Deprisa se construyen
hospitales y alguien se da cuenta: no teníamos
suficientes sanitarios, no sabemos donde
comprar los materiales. Alguien, con nombre
y apellidos, pasa su última hora en solitario,
una lágrima recorre los pasillos; aplazado,
llora el duelo, trastornado.
Eligió toda la muerte el mismo día.
Aparecen leyes, normativas: ¡quédate
en casa y lávate las manos! Cada día
nos cuentan gráficas y números, parte
de guerra sin ver al enemigo, no suenan
sirenas que anuncien bombardeos.
Les falta aliento a los mayores y pasan
a formar parte de heladas madrugadas,
estadísticas que no valoran el pasado.
Su epitafio refleja crudamente: 80 años,
hipertenso, presa fácil.
Eligió toda la muerte el mismo día.
La naturaleza aprovecha su momento,
libre del humano se reinventa. Se ven
corzos corriendo por las avenidas,
delfines que pasean por las playas,
y el aire recupera sus colores. Así
es la vida; Tierra, llamamos al planeta.
Y yo aún no sé porqué eligió
toda la muerte el mismo día.
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