Año 1984. Yo tenía 17 años. Fui a pasar unas vacaciones de verano a casa de unos amigos holandeses desde mi infancia, a la localidad holandesa de Eindhoven. A los pocos días de estar allí, conocí a otras personas y entre ellas, había una chica rubia, con el pelo corto. Muy simpática. Se llama Nicole. Nunca le pregunté por su edad, pero creo que por aquel entonces, debía tener como mucho, dieciséis años. Rápido congeniamos y nos hicimos amigos. Solo había un problema. Que no sabía el idioma holandés apenas, solo algunas palabras que me habían enseñado mis amigos y muy poco de inglés, más o menos como ahora, aunque ahora, quizá un poquito más. A medida que pasaban los días, me gustaba más. Y me consta que preguntaba cosas de mí a mis amigos. Ella y yo, más o menos nos entendíamos, a veces con gestos y otras, con alguna que otra palabra suelta en holandés y inglés. Reímos mucho y reconozco que, cuando jugaba a fútbol en la calle con otros chicos del barrio, yo me esforzaba por jugar bien tácticamente. Estaba ella allí mirando. ¡Cómo no me iba a esforzar!
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