Te escribo de madrugada,
acaso para que mis palabras parezcan más producto del ensueño que del delirio.
Escribo tocando puertas,
asomándome como una niña traviesa
a través de las ventanas de tu alma.
Como un secreto, para conservar lo sagrado. Entonces el corazón es otro de los tantos artilugios de la memoria.
Secreto, dije, no con la altanería clásica del que se engaña a sí mismo, del que cree en su propio caos, sino con la alquimia de lo que es desconocido incluso para mí.
Algo que se nos oculta, así como los olas ocultan la esencia de la sal.
Escribo de madrugada,
en horas que no le pertenecen a nadie
y que soy violenta y destructiblemente libre. Escribo como conjugando la sombra de tu cuerpo sobre el mío, o como haciéndole guiños a los fantasmas que habitan la música.
Escribo para poder acercar mi boca a la tuya a kilómetros de distancia,
o para dejar de llorar,
o para dejar de soñar,
o para no morirme de tanto no morirme
a tu lado.
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