Las heladas gotas del invierno caen frente a él salpicándolo apenas con lo que queda de las chispas del cielo al estrellarse violentamente en la irregular vereda.
La gélida noche comparte la opinión de la mañana al no dejarle tregua al hombre que se aprieta contra la pared del edificio como un niño que busca protección en la falda de su madre cuando descubre algo nuevo del mundo que lo ha espantado.
Levanta un poco las abundantes mantas de lana que le dan calor y lo reconfortan brindándole una engañosa pero igualmente agradable sensación de abrazo y cariño que ya casi olvida después de tanto tiempo sin recibirlo.
Apoya la cabeza en una dura y fría almohada de piedra, cemento y pintura ya carcomida por años de humedad y hongos, que han hecho de ella un lugar donde procrear y crecer de forma acelerada, como si quisieran apurarse en vivir porque los últimos granos de arena están terminando de caer para ellos.
Sentado como esta, levanta la vista, pudiendo apreciar únicamente una parte del techo que lo hace sentir, aunque no lo crea, perteneciente a un lugar al que habitar, y las luces, que danzan como llamas de una hoguera, frente a sus entrecerrados ojos somnolientos y deseosos de un momento de descanso y olvido de supervivencia diaria.
Pero antes, recuerda.
Recuerda.
Recuerda y mira el tarro que a su lado, cual fiel compañero, le permite mirar en su interior unas monedas.
Monedas que al igual que un brillante tesoro para el que menos tiene, dejan, con la ayuda de las llamas de altura, ver la brillantez y hermosura del gris plateado, cuales estrellas que se han empequeñecido para regalarle una vista celestial, contenida en algo tan mundano.
Esa noche las tripas no gritan y la garganta no araña. Los pequeños objetos de ambición y codicia han perdonado esta vez el pan que comer.
Por más que le falte, no le queda otra cosa que aguantar, porque los que administran bien viven y sin piedad, a un viejo sin hogar dejaron, sin motivación ni alguna ambición. Al margen de la exclusión repitiéndose una y otra vez: -calma. Ya vendrá algo mejor.
Pero realmente, es lo de menos. La gente pasa a diario, con sus problemas en la mano. Centrados en que harán después del trabajo o quejándose por lo que han de comer, y el…, como estatua sin mover, a brazo tendido, ignorado y rechazado, sin alguien al lado…NO. Lo que de verdad necesita en vez de círculos con valor, es algo de humanidad. Algo que le de fe, una sonrisa tal vez. Eso estaría muy bien.
¿Conocen la frase: “una golondrina no hace primavera”?
Ignórenla. En el mundo de los humanos este dicho se debe dejar de lado. Hace falta que uno solo de el primer paso, para que el mundo de un giro que lo cambie de sentido.
101 lecturas relato karma: 41