Me duele el pensamiento.
Estoy aturdida mientras el dolor invade mis deseos, mis sueños y mis desvelos.
Mis gritos son fuertes y sordos en esta habitación fría y mojada.
La luz hace tiempo que me abandonó a mi suerte.
Aquí estoy respirando mientras escucho el tintineo de las gotas chocar contra la mugrienta ventana del salón.
Tac, tac, tac, tac, tac, tac, tac y volvemos a empezar.
La humedad es mi perfume y el frío lo que a duras penas me hace sentir viva entre la nube de polvo y miseria que me acompaña.
Mis dedos resbalan por el cristal del abismo profundo y cercano.
Un tablón de madera aúlla de forma aguda para recordarme que estoy a un paso de caer, de olvidar y pertenecer al olvido.
Una alfombra de colillas me recuerda que aún queda algún suspiro de nicotina para mí.
Enciendo una cerilla, la acerco a mi boca y no siento el calor que debería.
Doy una calada y lo que sí siento es el hedor del tabaco apagado, sin vida.
El moho de mi corazón asoma por mi piel tejiendo una telaraña húmeda de rencor.
Tac, tac, tac, tac, tac, tac, tac esto termina ya.
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