Todo fue tan imprevisto y tan fuera de lugar que después de acomodarnos la ropa, nuestros cuerpos seguían temblando como si un terremoto en crecida los sacudiera desde adentro.
Nuestras caricias consideraron que era preciso perpetuar aquella noche, y la posibilidad de sobrevivir a la prisión de nuestros miedos se volvió palpable, al volvernos cómplices de la intrépida determinación de amarnos.
Quizá debimos esperar una ocasión más apropiada, pero la voluntad de reafirmar nuestra existencia era tan poderosa, que la oscuridad envolvente y la ansiedad incontrolable quedaron en segundo plano.
Un río de emociones inundó el cortejo repentino donde las yemas de mis dedos se derritieron para cubrirte de halagos. Extasiada avanzó mi mano izquierda por tu vientre para sentir al fin, la materia ondulada de un sendero desnudo de razones.
En esa emoción interna nuestros espíritus comenzaron a alimentarse y sin advertirlo, iniciamos el ascenso para continuar con el deseo enamorado de encontrarnos lo más cerca posible.
Con los ojos cerrados acaricié tu espalda hasta sujetarte de la cintura y confiados en la satisfacción que nos otorgaba el cuerpo, cancelamos las ideas que pudieran oponerse a dicha lógica y en ese instante, el mundo quedó paralizado.
En la medianía de aquellos momentos proverbiales erradicamos la inseguridad al entregarnos por completo. Envueltos en ese hechizo, transformamos la apariencia de las cosas. Descubrimos juntos el placer contenido en el amor y superamos cualquier reproche rescatando una verdad de mayor pureza.
Cuando interrumpimos la pasión de ese encuentro furtivo, una trémula torpeza se alojó en nuestros pasos y bajamos las escaleras con las piernas tambaleantes. El clamor de nuestra unión develó aquello que subsistía latente, esperando que los presagios quedarán confirmados.
Nos tomamos de la mano con mayor firmeza y tratamos de conservar el equilibrio que aún nos quedaba. La tentativa de pensar en los errores del pasado sufrió un vuelco al descubrir que fluía en ambos la eufórica certidumbre de vernos reflejados en los ojos del alma.
De pronto, te pregunté qué sucedía cuando noté que comenzabas a sollozar. Me pediste que nos detuviéramos para recuperar el aliento; nos abrazamos muy fuerte, hundiste tu cara en mi cuello y nos estrechamos con una plenitud inconmensurable. Desconcertada, intentaste contener las lágrimas mientras nos abrazábamos de nuevo, devolviéndonos la calma.
Nos miramos un tanto asustados, asombrados ante la magnitud de nuestro atrevimiento, pero en el fondo, agradecidos con la vida por dejarnos experimentar el hecho de sentirnos amados como nunca antes. Por permitirnos encontrar la continuidad de un sentimiento que nos llevó a saborear en unos segundos, una muestra de la asombrosa eternidad condensada.
Ahora vuelvo a cerrar los ojos para sentir que en mis manos respira tu deseo, porque al caer los párpados, después del vértigo y el abandono, estoy seguro de tu presencia. Es entonces, cuando comienzo a extrañarte, que acudo al arrullo del sueño y observo tu rostro entre mis sábanas.
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